domingo, junio 13, 2021

Zumbidos

Estuve poniendo mascarillas a modo de actualización de un cuento largo que inicié en junio del 2019, dejo acá la primera parte del capítulo 1 de: Los zumbidos previos a la destrucción (codename: FobiaTV)

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 Los zumbidos previos a la destrucción

// VicR


—Capítulo 1: Señales de violencia—



Irma


Irma volvía del trabajo por la misma ruta de siempre con los audífonos en sus oídos.  Escuchaba música caminando a paso ligero con sus zapatillas fosforescentes que usaba al salir del trabajo.  Lo habitual era escuchar los programas de la radio de la hora del taco, pero hoy todos hablaban del tipo apaleado en la calle hasta la muerte en un barrio residencial. La noticia la había dejado descompuesta y más al hablar con sus compañeros de trabajo que tenían visiones distintas y uno incluso hasta justificaba el crimen.  Marcia, su amiga del trabajo, dijo que esa opinión de Pedro era propia de su cabeza cuadrada de facho pobre que no podía entender que había gente sufriendo el sistema implantado en la dictadura. Era lo más sensato que le había escuchado a ella, que casi siempre tenía opiniones impopulares, aunque claro, siempre eran contrarias a las de Pedro.

En su ruta pasaba junto a una plazoleta y ahora dirigió sus pasos a las carpas de unos indigentes que vivían allí.  Sacó de su bolso una caja de plumavit blanca donde traía un trozo de un sanguche del que comió la mitad antes de tomar el metro que la dejó en la estación de la que había salido hacía pocos minutos.  Dejó la caja junto al cierre de la carpa, se quitó el audífono del oído derecho y preguntó:

—¿Jenny, estás? —esperó una respuesta, miró a las otras carpas. De la más alejada salió un hombre que por lo que sabía también se llamaba Pedro, tambaleando. Le habló, pero este ni siquiera se detuvo, siguió hasta un árbol y allí se sentó sin mirar a nadie. Siempre estaba con una sucia mascarilla mal puesta, hoy la tenía en la papada.  A ese Pedro ella lo había visto volado en otras ocasiones y no dudó de que estuviera en ese estado ahora. Volvió a preguntar por Jenny y a pesar de no tener respuesta decidió dejar la cajita dentro de la carpa. Levantó un poco el cierre de la entrada, lo suficiente para meter la caja y un olor rancio salió del interior y la hizo respingar, extrañó su mascarilla que había guardado al salir de la estación del metro en su bolso, solo la usaba en lugares con aglomeración de gente como era la recomendación sanitaria vigente.

Algunas de las personas que pasaban por ahí la observaron, algunas con atención quizá porque vestía la tenida institucional.  Pensó que más de alguno la pudo reconocer como parte del personal de una empresa de cobranza y de seguro trataría de hacerse el gracioso contando un chiste sobre su presencia allí.  Lo bueno es que nadie le tomó una foto por lo que pudo ver, si la subían a las redes sociales podría traerle problemas en el trabajo. Se levantó, limpió sus rodillas y volvió a caminar rumbo al edificio donde vivía.

No se preocupó por Jenny, no era la primera vez en esos siete meses que ella no estaba. No siempre le dejaba comida, era sólo cuando le quedaba algo y en parte era por algo que siempre su mamá le decía que tratara de hacer el bien y Dios le daría una recompensa.  Era el tipo de cosas que decía alguien del sur del país que se hubiese criado en un ambiente religioso, ella hacía esa distinción ya que desde que había llegado a trabajar a la capital ocho meses atrás, lo primero que le sorprendió fue encontrar a gente más individualista y que reemplazaban el ir a misa los domingos con el ir de shopping, gente que parecía no darse cuenta de las carpas o simples cajas de cartones que había en plazas céntricas con gente pobre viviendo allí.  «No había ni oraciones para ellos», pensó.  Pero también sabía que en medio de la pandemia la gente empezó a concentrarse en ella misma y su grupo familiar, las ayudas estatales no llegaban y preferían guardar cosas antes que compartir.  Ella misma lo vivió en su ciudad, con su familia.

Cuando se ponía muy dura con sus apreciaciones de la vida trataba de expiar alguna culpa haciendo algún bien. Como lo hacía con Jenny a quien conoció una vez y se sorprendió al darse cuenta de que tenía la misma edad que ella, pero con una vida opuesta a la suya, tan difícil, cuya crueldad la empujó a vivir allí.  Lo conversó el día después con Marcia y ella le dijo «¿Y vo’ te crei’ todo, huasa?», luego la reprendió diciéndole que estaba creando gente cómoda que lo único que hacía era inventar historias tristes para que la gente le diera algo, que ella había caído.  Esa vez no estuvo Pedro, el otro, el compañero de trabajo del que, le parecía, Marcia estaba enganchada, quizá habría estado de acuerdo con lo que ella le dijo.

Volvió a pensar en Jenny cuando subió al ascensor del edificio donde estaba su departamento. Allí la temperatura era cálida y se preguntó cómo lo haría Jenny con lo frío que se ponían las tardes. ¿Estaría bien de salud? Preguntas que nacieron además cuando recordó que el tipo apaleado de la noticia del día era un indigente y que Pedro consideraba que ellos debían estar conscientes de los riesgos que tenía vivir en la calle.  Al salir del ascensor guardó los audífonos en el bolso y en el fondo del mismo buscó las llaves de su departamento.

Cuando abría la puerta escuchó que, tras ella, al final del pasillo, otra puerta se abría, se volteó a ver y era la señora Juana que miraba a quién llegaba, como siempre.  Irma la saludó con su nombre, una sonrisa afable y un movimiento de su mano libre del bolso. La señora Juana, una vieja menudita de pelo blanco y un vestido florido, sólo le respondió con un asentimiento de cabeza.

¿La miraba a ella o en realidad tenía miedo de posibles ladrones como le dijo el conserje del edificio? Marcia le dijo que esa señora de seguro debía ser copuchenta y que la espiaba a ella para saber si venía con alguien.  «Son así esas viejitas, tú eres su teleserie de la tarde».

Dejó en el sillón su bolso y fue a encender su computador.  Uno de esos tarros con un monitor de 19 pulgadas que además usaba de televisor ya que, en su pequeño departamento, de menos de 30 metros cuadrados, este estaba frente a su cama. En otros días habría puesto el noticiero de una página de un canal de noticias, pero temía encontrarse con la noticia del día.  Pensaba que la dejaría más mal y tendría pesadillas en la noche. Puso una lista de canciones en youtube y abrió su facebook que cerró al instante al ver que tenía muchos mensajes sin responder, llevaba tiempo pensando en algunos mensajes, pero sentía que aún no era el momento de responderlos. Después se cambió de ropa por un buzo para ir a cocinar su almuerzo para el día siguiente con las pocas energías que le quedaban.

A ratos, mientras cocinaba, oía las noticias del televisor del vecino a un volumen elevado, pensó que de cierta manera la gente se estaba envenenando con esas cosas. No era la primera vez que pensaba eso y no sería la última esa semana.


- - -> Fin 1era parte. Lo que viene en este capítulo: Marcia, Pedro y El otro Pedro.