viernes, febrero 18, 2022

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 4

 Raúl


Fumaba su cuarto cigarrillo en el pequeño patio junto a la cocina del Hospital Psiquiátrico San Emesa. Era un triángulo con baldosas descoloridas, con pasto alrededor del cerco, en un par de postes había unos cordeles tensados donde colgaban paños y estropajos que posiblemente lavaban en el pilón de cemento donde una llave en mal estado goteaba agua de forma continua, frente a este y en la punta del patio estaba la banca donde Raúl ya no se quería volver a sentar, bajo ella iba tirando las colillas. Ahora mientras botaba el humo pensaba en irse pronto de allí, los gritos desgarradores de algunos pacientes que en principio le incomodaban ahora le crispaban los nervios.

A un lado de la cerca del patio estaba el estacionamiento interno y hacía allí miraba a ratos Raúl porque junto a un furgón negro (fuera de lugar) estaba el auto rojo cereza del director del hospital, quién le había prometido una entrevista y no quería que se fuera sin darsela.

Al otro lado del patio se veía una parte del gimnasio del hospital y más allá una sección de cuatro pisos con ventanas enrejadas. De una de esas ventanas salían los alaridos.

Al iniciar la espera allí Raúl estuvo sentado en la banca pensando en cómo podría llegar un paciente a ese patio para poder escapar por la punta del triángulo que daba a un muro bajo y que al otro lado estaba la calle que lo podría llevar lejos, eso si no estuvieran sedados. Quizá era muy optimista y lo pensaba porque él estaba en buen estado físico y saltar el muro era algo que él podría hacer.  Después volvía a pensar en lo que lo tenía en ese hospital psiquiátrico: el asesino del vagabundo.

En su último contacto telefónico con un canal de televisión contó lo poco que sabía, inventando procedimientos para rellenar, ya tendría tiempo de corregirlo como si le hubiesen dado una mala información. Ahora esperaba que le avisaran cuando el director estuviera listo para recibirlo como lo había prometido casi una hora atrás para tratar precisamente esos procedimientos y explicar la presencia de cierto médico especialista que se encontraba apoyando la evaluación del asesino. Había puesto un breve antecedente de ello en su blog. (Su blog no era simplemente un informativo para sus lectores —bordeado de recuadros publicitarios— también era la vitrina para que lo contactaran diarios, tv o radios —aunque estos últimos no pagaban muy bien—).

La noche anterior tuvo la suerte de estar en la comisaría donde tenían detenido al asesino del vagabundo y pudo ver cuando lo sacaban para llevarlo a un furgón policial. Conversó con uno de los oficiales que conocía y este le dijo que lo llevaban al psiquiátrico porque había una eminencia extranjera que podría dar un diagnóstico preciso de lo que sucedía. Era raro y sabroso por decir lo menos.

Hoy era un día tremendamente noticioso, sin embargo, creía estar en el lugar indicado a pesar de llamadas de colegas que le contaban hechos que habían visto in situ: Personas de piel verde en actitudes violentas impropias a lo normal. Era lo que se repetía con variantes, precisiones o imprecisiones, que no era un tono verde fuerte, ni tampoco era un tono cadavérico, era otra cosa, un tono enfermo, quizá cadavérico. Él había visto ese tono de piel en el asesino cuando lo llevaban al furgón, no le había prestado mucha atención anoche (pensó que podía ser la iluminación), pero con lo que había estado escuchando esa mañana sabía que tenía relación. Se alegró de estar en el Psiquiátrico San Emesa, tenía la corazonada que obtendría el golpe noticioso.

En eso escuchó un rumor ensordecedor. Seis ruidosos camiones con contenedores blancos tomaron posición en el lado este y sur de la manzana, por su altura le eran visibles a Raúl desde el lugar en que estaba. Un séptimo camión entró al área vacía del estacionamiento. Un conductor en traje militar salió del furgón negro que había estado todo ese rato allí. Del techo de la carrocería de un camión que estaba en la calle salió una antena parabólica.

—¿Llegaron más gringos? —escuchó a su espalda.

Creyendo que lo iban a buscar, Raúl estiró su chaqueta y corbata antes de dar la vuelta. El recién llegado era un joven de jeans, camisa manga corta y sin corbata, una credencial le colgaba del cuello. En una mano tenía un cigarrillo y con la otra se revisaba los bolsillos.

—¿Te prestó el encendedor? —le preguntó Raúl, ofreciendo el suyo.

Mientras el joven trataba de encender el cigarrillo, Raúl miró la credencial buscando su nombre y sólo vió la tarjeta Bip! que llevaba en el lado interior. El joven la giró con la misma mano que tenía el cigarrillo, mostrándola brevemente y Raúl vio el logo de una empresa informática.

—Gracias, me llamo Juan —dijo entregándole el encendedor—. No me gusta que la gente vea el nombre en la credencial y me hable como si me conociera interrumpiendo mi trabajo. ¿Y tú quién eres?

—Raúl… ¿Mucha pega hoy?

—Unas cosas simples, pero tan necesarias que de la empresa me fueron a buscar a la casa y me trajeron hasta acá, afuera está la zorra y no sé por qué están los gringos metidos.

—¿Cómo así?

—Tuve que cambiar el AP de este hospital a uno gringo usando un VPN gringo. Creo que es para traspasar la información a ellos.

—Ya veo, punto de acceso y túneles virtuales, ¿eso?

—Sí… ese tipo de cosas, después iré a otro lado. ¿En qué trabajas tú acá?

—Relaciones Públicas. Enlace con noticias… Por ejemplo ahora necesito hacer un informe sobre el asesino del vagabundo que trajeron para acá.

—No tengo idea de qué me hablas, no veo noticias.

—Un caso que creo, o apuesto, que fue el primer caso de los que estamos viendo hoy y que pueden haber más.

—¿Qué pueden haber más casos de violencia? Sí, claro que sí, va a quedar la cagá, poh. A mi me trajeron un furgón negro como el que está afuera. Tengo colegas que están en lo mismo en unos bancos, me dijeron que hay militares chilenos y gringos trabajando en conjunto. Va a quedar la gran cagá… el estallido social será recordado como un chiste.

—¿Militares gringos? Necesito ir a hablar con el Director de este recinto, necesito confirmar eso. Deberé ir a otros lados

—¿Necesito? ¿Recinto? ¿No trabajas acá…? ¿Quién eres, hueón?

—Lo siento… Soy periodista, un tipo de Relaciones Públicas —sonrió—. Tranquilo, no te pondré en problemas.

—No, hueón. Yo no tendré problemas, tú los vas a tener. Este lugar va a ser controlado por los gringos. Ya los hay junto a los ascensores. No creo que puedas irte…

—Buscaré al Director, él sabe que estoy acá.

—Mira, hay dos posibilidades… que te dejen ir por las buenas o tengas que tratar de irte por las malas. Me vendrán a buscar para ir a otro hospital. Tu debes empezar a ver como irte de acá, mejor. Veo difícil que puedas convencer a los gringos —tiró la colilla al suelo y la apagó con el pie.

Raúl se despidió agradeciendo el consejo, aunque en realidad no estaba muy preocupado si lo retenían, lo que le interesaba más era saber lo que estaba ocurriendo allí. Que se estuviera llenando de fuerzas militares extranjeras le hacía suponer que era una especie de contagio, como en las películas… La historia era demasiado sabrosa para soltarla tan pronto. Tener contacto con la milicia gringa y su información le haría ganar ventaja para ofrecer los reportajes y poner el valor de ellos. ¿Estaría el “paciente cero” allí? ¿O estaría dejando volar su imaginación?

Lo mejor era ponerse en movimiento. Pasó por la cocina donde seguía al solitario cocinero que había visto antes de ir a fumar al lado. Ésta vez se veía algo amurrado observando un par de ollas al fuego, de una ellas salía el olor a frutas cocidas. De allí tomó el pasillo que lo llevaban a las escaleras que se conectaban con el segundo piso donde estaba la sala de reuniones que los doctores usaban para discutir, debatir o hasta chismorrear las situaciones de los internos del psiquiatríco.

Raúl subió las escaleras y, a pesar del aviso de Juan, se sorprendió al ver un par de militares extranjeros en traje de camuflaje custodiando la puerta de la sala de reuniones. El soldado más cercano a él le hizo un gesto para que se acercara y el otro empuñó el rifle de asalto convenciendo a Raúl de ir donde ellos.

—¡Identifíquese! —le pidió el soldado en un español correcto, con el seseo que él asoció a un jugador de fútbol español. No había razón para mentir, no estaban las condiciones para aquello, por lo que mostró su credencial de corresponsal. El soldado con su rifle lo apuntó al pecho, estaba por levantar las manos cuando se abrió la puerta y un trío de personas se sumó a su inspección de identidad.

El director era uno de ellos y le dijo a un tipo trajeado con unas carpetas bajo el brazo y al militar de rango alto:

—Es un periodista, ¿Cómo actuamos en este caso?

—Saquenlo de aquí. —Dijo una voz del interior en un mal español. Era un militar extranjero.

—Trabaja para diferentes medios… —añadió el director. A Raúl no le gustó aquello.

—Al final del día no habrá a quién le importen las noticias —dijo el militar mascizo que había hablado antes. Raúl lo vio al acercarse un poco al umbral de la puerta.

—Yo tomaría detenido al huevoncito y lo metería en una de sus salas acolchadas. No me gustan los periodistas —aportó el militar chileno. Raúl lo conocía, era el Teniente Coronel que supo mantenerse en el cargo y en la institución evadiendo su amistad y ciertos contactos cercanos con los comandantes y generales investigados por corrupción. Riquelme era su apellido.

—¿Me pueden decir que está pasando?¿Qué están haciendo aquí?

Riquelme se rio.

—No creo que sea bueno que lo sepa —dijo el Director.

—Su país se matara entre sí. Se volvió loca la gente con las antenas de los canales de televisión y de radio. No, no fue un accidente. Los dueños de los canales compraron la tecnología.

Era un mal español del militar y Raúl estuvo a punto de reír pero vio el miedo en el rostro del director, la sorpresa en el tipo trajeado y la malicia en el militar chileno. Este último añadió:

—Vaya, vaya. Me parece que lo que ya sabe lo transforma en un peligro. Es mejor que sea detenido.

—¡¿Qué?! ¡Solo han dicho tonterías! —Los dos soldados que custodiaban la entrada dieron un paso atrás y ambos lo apuntaron con sus armas. El tipo trajeado movía la cabeza de manera negativa. Riquelme volvió a hablar.

—¡Usted conoce información que consideramos secreta y que puede influir en las actividades militares y policiales que se llevarán a cabo hoy!

—¡Qué tontera está hablando! —Raúl a pesar de la amenaza de los soldados dio un paso adelante y vio que en el interior de la sala había otro tipo de traje, grueso, canoso, que estaba ausente de todo mirando el contenido de unas carpetas. La eminencia extranjera. —¿Quién es usted?¿Qué hace en este lugar?

—¿Quiere más detalles? —dijo Riquelme— Bien. Las antenas magnifican una señal que altera el cerebro de las personas… las amígdalas, el hipotálamo, que se yo… Esas cosas que ellos saben mejor que yo —dijo apuntando al director y a la eminencia médica, que ni por eso los miró—. Eso los hace receptivos a los estímulos y pueden terminar transformándose en bestias violentas. Interesante, ¿no?

A Raúl ya no le parecía una locura viendo la cara de las otras personas.

—Ahora con mayor razón debes ser detenido.

Raúl miró las carpetas en la mano del tipo trajeado imaginando que todos los detalles estaban allí, tan solo a dos pasos de él. Si pudiera tenerlos podría fundamentar la historia. Se interponía el Teniente Coronel Riquelme. Atrás tenía los soldados que no dudarían en disparar, ¿o no?.

Pensó que Riquelme era más hábil con su locuacidad (con su blah-blah salió indemne de todo de todo lo que lo relacionaba con el traslado de maletines con dinero). Pensó todo eso en un segundo, rogando que sus clases de defensa personal le dieran una pequeña ventaja. 

Raúl dio dos pasos, empujando a Riquelme que cayó sobre el director y tomó al tipo trajeado jalandolo hacía sí en un movimiento que incluía una flexión de sus piernas (Clases de autodefensa. Si eres el tipo que investiga en ambientes peligrosos, es mejor saber ciertas cosas para sobrevivir). Con ese movimiento hizo cruzar el umbral al tipo trajeado y lo dejó justo a los pies de uno de los soldados. El tipo era importante, los soldados bajaron las armas y Raúl salió corriendo hacía las escaleras con una de las carpetas en la mano. Escuchó disparos, pero no se detuvo. Ahora sí que no habría duda de que lo encerrarían si lo detenían.  

Corrió por los pasillos visualizando la banca y el muro que necesitaba cruzar. Corrió sabiendo que en sus manos  tenía la información que validaba la historia que acababa de escuchar. Si lograba cruzar el muro podría contar su contenido… ¿Sería verdad que el país se terminaría matando los unos con los otros? …esperaba que no fuera verdad, esperaba salir con vida de allí. Corrió.


* * *


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