miércoles, octubre 27, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 3

 Pedro


Golpeaban la puerta otra vez.

Al abrir los ojos entró la luz junto al dolor que atravesó cada nervio detrás de sus ojos hasta que chocó en la pared interna de su cráneo, rebotó y se esparció. A cada rebote una oleada de dolor.  Y a cada golpe de la puerta las partículas de luz se sacudían y continuaban rebotando dentro de su cabeza. O por lo menos eso era lo que le parecía. Se puso en pie y tambaleando fue a abrir la puerta.

—¡Ya voy, ya voy! —gritó. Se buscó el reloj, no lo llevaba en la muñeca, sintió algo pegajoso en ellas y en los nudillos.  Pasó cerca del televisor apagado en ese momento, quiso encenderlo y volvieron a aporrear la puerta.

Con el picaporte en la mano tuvo la imagen de hacerlo en otra oportunidad. Se le presentó una imagen fría de la cual hasta podía respirar el hielo, una imagen de él abriendo la puerta y no estaba claro que ocurría después, ¿Estaba su vecino en esa imagen? La cara de la persona tras el hielo se veía borrosa, deformada.

Los amigos de verde, se alcanzó a decir al ver a la pareja de carabineros que estaban frente a él.  La luz detrás del pasillo se transformó en un centenar de golpes en su cabeza. 

—Necesitamos que nos acompañe.

Antes de salir se miró por si tenía puesto el pijama completo y vio que ni siquiera se había sacado la ropa.  Vió que tenía unas manchas escarlatas oscuras frescas sobre la polera. Sintió un vahído. Otra imagen deformada, esta vez de él infringiendo golpes.

—¿Pedro, se siente bien? —le preguntó uno de los carabineros.

Debe haber asentido, ya que lo tomaron de los codos y lo llevaron hasta el departamento de su vecino.  En la puerta había otro par de carabineros y adentro vio a unos enfermeros con mascarillas puestas cerca de un sillón.  Había ruido saliendo de una pieza, de un televisor encendido en bajo volumen. Escuchar ese sonido le dio alivio, las partículas de luz dejaron de chocar dentro de su cráneo.  Sus confusas ideas desaparecieron a medida que entraba en la sala del vecino. Había una idea más clara, sentía que ya sabía lo que tenía que hacer, solo que esa gente allí le molestaba.

Entraba luz del ventanal iluminando perfectamente la sala.  En el sillón estaba su vecino observándolo con un único ojo.  El otro lo tenía vendado. Los enfermeros guardaban sus cosas en sus maletas, le pareció mal que le dieran cuidados a un extranjero. 

Los carabineros que aún sujetaban a Pedro sintieron que este trataba de soltarse con pequeños movimientos. A ninguno de los dos le llamó la atención aquello, imaginaban que se pondría a la defensiva considerando el estado en el que había dejado a su vecino: una oreja rota, la nariz sangrante, el ojo amoratado y marcas de zapatos en el pecho (que ya sabían sería como los bototos que llevaba puestos). Cubierto con vendajes estaba ahora su vecino, pero la destrucción en el living seguía igual.  Adornos y cuadros de fotos que debían estar sobre la mesita del living estaban en el suelo, rotos.  

Su vecino había despertado herido, pudo moverse arrastrándose hasta encontrar su teléfono, un camino de gotas de sangre se perdía tras el sillón como prueba de aquello.  Llamó a carabineros y a la ambulancia.

Llegaron dos patrullas de la policía. La segunda llegó acompañando a la ambulancia por petición de clínicas y servicios de ambulancias ante los incidentes de violencia en la que se vieron agredidos parte del personal en la madrugada desde que empezaron los llamados por las peleas que siempre dejaban a alguien mal herido.  Esas peleas tenían sorprendidos a todos. Los carabineros que acompañaban a la ambulancia le mostraron el termo que tenían en su patrulla y sus colegas les dijeron que se tomaran el café tranquilos, que después podían subir, que ellos harían el procedimiento.

—Rara la mañana… Hay peleas en todos lados, ¿no? —habló un paramédico.

—Este es nuestro primer llamado, pero tenemos compañeros que nos han avisado de muchas otras.  Tal vez acá no sea nada —. Fue la respuesta del carabinero mirando a su compañera, buscando una afirmación.

No pensaban al llegar que se encontrarían con una persona golpeada de la manera en que sus compañeros habían estado contando que ocurría en algunas zonas de la ciudad, no era una simple pelea de una persona contra otra; era una pelea de una persona con un animal salvaje.

Mientras apretaban los codos de Pedro empezaron a sentir que éste estaba temblando, pero era más preciso decir que vibraba. Vieron que en su frente asomaron perlas de sudor y que tenía un tono enfermizo color verde en su piel.  Se habían percatado al sacarlo de su departamento que tenía una herida en su mano derecha, con unas manchas negruzcas de sangre coagulada, pero ahora notaron que en sus manos también tenía ese tono verde de una persona muerta.

Los enfermeros tenían la mirada fija en Pedro y ellos vieron como en su boca se formó una sonrisa distorsionada.  Además, hacía un leve movimiento de cabeza que parecía seguir el ritmo de lo que hablaban en el televisor encendido.

—¡Hey! ¡¿Le pasa algo?! —gritó un paramédico. Le parecía ver en el joven que habían ingresado otro caso de los que habían comentado sus compañeros.  Por el tono de piel, la mirada animal, el temblor.  Su colega sacó el teléfono para tomarle una foto.  El paciente en el sillón hizo con dificultad un sonido con su garganta y se llevó el brazo libre a la altura de los ojos.  Quiere evitar un fogonazo de luz, pensó el carabinero junto a Pedro.

—¡Pero qué mierda sucede! —exclamó la oficial. Sin soltar el codo ni dejar de mirar a Pedro retrocedió un paso, llevó su mano a la luma. Su compañero vio de reojo lo que ella estaba haciendo, sin saber por qué lo hacía. 

Lo sabría a las cuatro horas después, cuando despertara en el hospital.

El enfermero había comenzado a grabar cuando vio a la oficial con la luma en la mano.  Vio la cara de su compañero sin entender nada cuando Pedro se giró sobre sus talones y lo tomó de los hombros. En cámara lenta, horas después, vería la sorpresa en su rostro cuando fue arrojado a la pared.  Luego vino el sonido horrible.   

El enfermero durante el día vería varias veces el video, al mostrárselo a sus colegas y compartirlo en las redes, y seguiría sorprendiéndose del sonido, pero sintiéndose mal por haberse reído en el momento que ocurrió por pensar que era el sonido que decía que estaba hueca la cabeza del oficial. No era el único sonido, también la pared falsa sonó en ese momento.  Un sonido de astillas rompiéndose.  Pudo haber terminado muy mal para todos en ese momento.  La pose de Pedro vuelto un salvaje luego de esa maniobra parecía indicar que buscaba a su siguiente víctima. En el video se veía que los miraba con odio a ellos, los enfermeros y que se detenía un instante observando a su vecino herido.

La oficial no se había detenido, le daba lumazos en la espalda a Pedro y éste no se inmutaba. Luego le dio golpes a las sienes y los oídos de Pedro. Eso lo derrumbó y ella puso una rodilla en su espalda y volvió a golpearlo en la cabeza.

El otro paramédico fue donde el oficial caído, en ese momento entraban los otros oficiales quienes fueron donde la oficial a detenerla, para que dejara de golpear a Pedrp.  El enfermero que grababa le parecía tan irreal todo que creía ver una película en su celular en vez de aceptar que ocurría a pasos de él. Detuvo la grabación para ir a ayudar a su colega cuando este lo llamó (quizá por octava vez), teniendo que bajarse la mascarilla para gritarle.

El vecino de Pedro les dijo que había tenido un accidente y que lo disculparan porque iba al baño.  Nadie le prestó atención como tampoco nadie miraba a Pedro. Estaba inconsciente.  Las manchas de sangre de su oreja y sien rota ocultaban su rostro verdoso.

Fue después de vendar y darle una atención al oficial inconsciente que se preguntaron qué hacer con Pedro. Los carabineros que acompañaban a la ambulancia trataban de contactarse con la comisaría.  El enfermero que había estado grabando dijo que unos colegas estaban llevando a los violentos con las mismas características de Pedro al Recinto Psiquiátrico De Emesa.

Decidieron hacer dos viajes con la camilla. Uno para bajar a Pedro a un coche patrulla en el que lo llevarían al psiquiátrico y luego volvieron por el carabinero herido al que llevaron al hospital de su institución.  

Del vecino de Pedro nadie más se acordó.


* * *
[Capítulo anterior: Marcia]
[El capítulo 2 sigue con: Raúl...]

martes, octubre 19, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 2

Marcia


Marcia dejó su casa sin despedirse de su madre porque se había vuelto a dormir.   Su madre y padre se levantaban a las 5 de la mañana para tomar desayuno juntos, ella después se volvía a acostar y él se iba a una bodega que estaba a un par de cuadras de la casa donde trabajaba en la portería.  Un trabajo de medio tiempo con turnos de malos horarios que le permitía aumentar su pensión que era irrisoria. Marcia estaba molesta con la clase política que años y años discutían sobre las administradoras de fondos de pensiones, pero no había soluciones.

Aunque Marcia no creía en los políticos e incluso señalaba que no les encontraba nada de «honorables».  Ella estuvo unos años trabajando en un café de Santiago Centro donde era normal que llegaran parlamentarios. De paso oía sus conversaciones, veía sus actitudes y estas dejaban mucho que desear.  Escuchó en una ocasión como unos se ponían de acuerdo para aserrucharle el piso a un parlamentario nuevo. No, ella no creía en la buena voluntad de los políticos, los veía como personas que habían llegado para enriquecerse y ser empresarios, empresarios similares a esos que decían detestar sus malas prácticas. Ella los había escuchado planeando las mismas cosas. De honorables nada. No creía que alguna vez cambiaran algo.

Se habrán visto apremiados por las circunstancias con el estallido, pero también se fueron relajando con la irrupción de la Pandemia, autorizaron sacar plata de las AFP a los habitantes, sin embargo, no hubieron reformas para regularlas o eliminarlas, por lo que Marcía creía que se mantendrían en pie. La Hierba mala nunca muere. Podría pensar en Piñera y todo lo que había pasado con él, pero pensaba que no había que dedicarle ningún tipo de pensamiento. Ya detestaba a los políticos y los políticos empresarios pasaban a una categoría que ella llamaba: mierda al cuadrado.

En el paradero se encontró con más gente de lo habitual, pero no vio a quienes estaba acostumbrada a ver a esa hora ¿Se habrían enfermado?¿Tantos? 

Con las conversaciones de los que estaban allí se enteró de que los buses del transporte de transantiago no estaban trabajando en su totalidad. Había personas esperando mucho rato.  Había más rostros molestos en vez de los habituales rostros marcados por el sueño ese día.

Una muchacha joven se acercó a ella, primer rostro conocido que veía en el paradero.  En realidad, Marcia,  no era conversadora con la gente que en el paradero día a día, solo trataba de ser amable, ya que siendo amable podía, además, informarse si había pasado ya un recorrido del transantiago. A la muchacha la había visto antes pero nunca habían conversado hasta ahora.  

Ella tenía mucho que contar. Le dijo que había altercados en varios lados de la capital, que en algunos hasta los choferes de las micros fueron agredidos, que por eso había menos recorridos.  Primera vez que Marcia se quejó por no ver noticias.  ¿Sería tan grave como le contaba la muchacha?¿Un nuevo estallido social? 

Más de veinte minutos después apareció una micro con el recorrido de ambas. Un bus de diferente color con el número de la ruta en papeles pegados en las puertas y en el parabrisas.  Marcia y la muchacha se miraron y aceptaron que era la única manera de llegar a sus destinos.

Llegó después de la hora de entrada al trabajo con una sensación negativa a flor de piel. Pensando en todo lo que estaba ocurriendo y en cómo la muchacha empezó a cambiar su actitud tranquila dentro de la micro. Ambas ocuparon el espacio destinado a silla de ruedas, pero, a medida que se llenaba la micro, Marcia se cambió de lugar para estar más cerca de la salida para cuando le correspondiera bajar y la muchacha se puso audifonos para aislarse escuchando noticias.  Vio que una mujer canosa ocupó el lugar que había dejado.  Cuando estaba cerca de su paradero escuchó a  la muchacha discutir con la señora porque tenía un sanguche mordido. La muchacha estaba roja y soltaba cosas que parecían incoherencias, no pudo entender qué gritaba, pero su mirada rabiosa iba a la mujer y su sanguche.  La mujer canosa, le decía que se tranquilizara y guardó el sanguche en la bolsa que tenía en la mano. Marcia no pudo seguir viendo, le tocaba bajarse. Pero la escena se quedó con ella, en especial cómo había cambiado la muchacha y preguntándose de por qué ese arrebato.

La parada del transantiago la dejaba en la misma manzana en que estaba su trabajo y habitualmente la rodeaba caminando, encontrándose con ambulantes vendiendo sanguches, artículos para celulares, golosinas y los kioscos con diarios. Esta vez no había nada de eso, solo gente caminando apresurada para llegar a su oficina. Cuando dio vuelta la esquina y vio el cochepatrulla frente a la entrada de su oficina exclamó: «¡¿Qué hu’ea...?!»

La calle estaba menos concurrida por lo que destacaban los grupos de personas que había, todos de su empresa.  Fue al grupo más cercano en los que la mayoría estaba fumando.  No eran de su área pero esperaba tener información.  Uno de ellos empezó:

—Una pelea entre el venezolano del aseo y la recepcionista...

—Lo conozco, es tan tranquilo que no me lo imagino agrediendo a alguien o empezando una pelea…

—¡No! La comenzó ella… Igual él no se contuvo.

—Fue un campo de batalla —dijo otro de los que estaba fumando—, fue como lo que está pasando en otras comunas y ciudades.

—Y estaban tratando de decir que era un tema político. No veo a la recepcionista y al venezolano politizados.

—Eso porque nunca conversaste con el venezolano.

Mientras escuchaba la conversación y sin mirar el bolso metió la mano y sacó el teléfono, vio que tenía una llamada perdida de un número desconocido y un mensaje de Irma diciéndole que iba atrasada.  Le mandó un mensaje a ella.

Uno de los jóvenes pidió silencio moviendo la mano en la que tenía el cigarrillo, pidiendo silencio, mientras votaba el humo.

—Disimulen… llegó el jefe. De él es el BMW azul.

Más disimuló el jefe haciendo como que no los vio a ellos yendo directamente a la entrada a hablar con un carabinero.  Del grupo un tipo delgado y alto que había estado en silencio en ese rato fue hasta donde el jefe.  El joven que pidió silencio, les dijo antes de volver a dar una piteada a su cigarrillo:

—Ese es el subgerente de recursos humanos, lo conocemos porque sale a fumar con nosotros. —Todos asintieron.

No pasaron ni cinco minutos cuando el jefe volvió a su auto y se fue.  El de recursos humanos regresó al grupo y les dijo que si no se arreglaba la situación en una hora con los carabineros custodiando la entrada, y considerando los problemas que estaban ocurriendo en la ciudad, tendrían todos y todas las unidades permiso para irse.  De ser así debían quedar atentos al correo por si mañana volvían al teletrabajo con el mismo sistema hecho en Pandemia.

—Esto no se va a arreglar —dijo uno, que momentos antes parecía morder la colilla de su cigarrillo, se dio vuelta sobre sus talones y se fue molesto.

—¿Y a ese qué le pasa?

—Anda mecha corta desde ayer… no sabemos porqué… ¿Y qué haremos en esta hora… seguir fumando?

—Tengo autorización para usar la caja chica y ofrecerles un desayuno a todos… los que quieran esperar.

Todos respondieron con alegría, dos de ese grupo fueron enviados a invitar a más trabajadores repartidos en pequeños grupos cerca del edificio, mientras el de Recursos Humanos fue al café más cercano a solicitar mesas.  Cerca de una treintena se reunieron allí.  Marcia al ver a tantos ya no le parecía buena idea ir, pero encontró que era mejor manera de esperar a Irma, luego con ella verían qué hacer.

Dentro del café se instaló en una mesa que le daba la posibilidad de salir sin dificultad en el caso que llegara Irma y con su bolso se apropió del puesto de al lado. Nuevamente quedó apartada de sus compañeros de área y esta vez, también, con el grupo que estuvo fumando. Quedó frente a un televisor que estaba sintonizado en un canal de noticias, la foto fija en la mitad de la pantalla decía arriba «Contacto telefónico», al medio la foto de un periodista demasiado feliz para el día y abajo su nombre y lugar de contacto: «Raúl Gonzalez desde el Psiquiatrico S. De Emesa»; en la otra mitad la conductora con cara de no querer estar ahí, hacía preguntas sobre lo que allí sucedía con una voz que vibraba y dejaba notar su nerviosismo.

Marcia trataba de escuchar y no se dió cuenta de lo que ocurría a un par de mesas de donde estaba.  Escuchó unos gritos y miró en esa dirección tratando de entender qué pasaba. Uno de los compañeros con los que estuvo fumando gritaba cosas que ella no le encontraba sentido y quienes lo rodearon le gritaban, a su vez, le gritaban para hacerlo callar.

Le gritaban que dejara de gritar, que estaba haciendo el ridículo, que si estaba drogado, que si se había vuelto loco, que acaso no pensaba lo que gritaba, que no sería que en realidad tenía caca en la cabeza.  El compañero levantaba la voz, las quejas que gritaba parecían raspar su garganta y sonaban guturales… Hasta que un puñetazo en pleno rostro lo hizo callar.

Tuvieron que tomar de los brazos al boxeador que también había empezado a gritar, aunque sus gritos eran aullidos.  Marcia miraba todo con miedo y sorpresa.  Lo que veía le parecía terrorífico, ¿el colega se había contagiado con la rabia del colega gritón?.  No, no podía ser cierto. Debía haber algo malo en esa persona. Vio cómo lograron sacar con dificultades al boxeador.  En el trayecto soltaba manotazos para tratar de liberarse del grupito que lo empujaba.  Era inquietante todo.

Demasiado raro lo que estaba pasando. En el café otros compañeros se veían igual de sorprendidos, eso hizo destacar más a aquellos que miraban atentamente la televisión como si al lado de ellos no hubiera pasado nada.  Marcia no aguantó más y salió del café, trató de alejarse de allí, parecía que el lugar irradiaba malas vibras y debiese estar lejos de su alcance.

Sacó su teléfono para mandarle un mensaje a Irma de que la iba a esperar en otro lugar.  No alcanzó a escribir nada, ya que recibió en ese momento otra llamada de un número desconocido, que decidió atender.

—Soy el Cabo Luis Perez.  La llamó porque su número estaba de favorito en el teléfono de Pedro…

—¿Pedro? ¿Qué le pasó a Pedro?

Y cuando le explicaban se fue poniendo pálida y sintiendo el miedo frío que la llenaba.  No tenía explicación a lo que sucedía, deseaba que fuera un mal sueño y poder despertar pronto.


* * * *

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domingo, octubre 03, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 1

 —Capítulo 2: Olas de violencia—


Irma


Empezó como un día normal y fue después de la ducha matinal que Irma prestó atención a la radio alarmándose con la noticia.  No parecía real.

Escuchaba una radio online en su computador y pretendía responder con un mensaje, uno que había pensado mucho, a una persona en especial en su Facebook.  Estaba en bata y con una toalla envuelta en su pelo mojado y quedó choqueada, aturdida unos segundos.  No, no le parecía real la noticia.  El miedo lo sintió como un cosquilleo tras sus orejas.

Caminó a la ventana que daba a la calle y buscó la plazoleta, tan preocupada estaba que había olvidado que desde su cuarto no se veía.  Así que volvió al computador y abrió una página de un canal de noticias donde en directo mostraban la plazoleta. Policías en overoles blancos entraban a una tienda montada junto a las carpas, el periodista hacía hincapié en que no era el único hecho de violencia ocurrido en esa madrugada en el país, pero el que él reporteaba resultaba brutal porque la plazoleta estaba bastante cerca de una estación de metro y mucha gente pasaba por allí, incluyendo niños.

Irma escuchaba atenta, temiendo que apareciera el nombre de Jenny, atemorizada por lo sucesos que estaban ocurriendo, ¿había dicho que no era el único incidente? ¿Qué estaba pasando? Ayer un indigente fue asesinado y hoy hubo otro y según la radio había más incidentes.

Que la gente de la capital se volviera loca no le parecía raro, que llegara a ese extremo le podía parecer discutible…. Aunque no podía olvidar el estallido social ni que cuando llegó a la capital y tomó el metro por primera vez fue testigo de un par de situaciones extremas, de una violencia de la que no estaba acostumbrada. Presenció una pelea entre vendedores ambulantes y otra de unas señoras que peleaban porque una acusaba a otra de bloquear la salida.  Estuvo tan cerca que pudo palpar la furia que tenían.

Fueron experiencias extremas necesarias, le diría Marcia, para curarse del espanto de la capital.  El primer mes estuvo temiendo volver a enfrentarse a un hecho similar, empezaba a sentir nervios cuando alguien se envalentonaba y pretendía pelear y quedaba un rato así a pesar que la otra persona se disculpaba o no pescaba, bajando la intensidad del incidente.  A veces creía que era ese smog que cubría la capital el que enturbiaba a las personas.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Era cierto lo dicho por el periodista de que habían hechos de violencia similares en otros lugares del país? Le molestó que el periodista no se refiriera a la víctima, a ella le interesaba eso y no que el que el énfasis fuera que un asesinato cerca del metro fuera más impactante… ¿además qué quería decir con eso? De seguro Marcia sabría y ya adivinaba lo que diría, que no importaba el indigente, importaba que pudo pasarle a alguien que trabajara, a un buen elemento para la sociedad.

El miedo aún pasaba sus dedos helados por sus orejas y para ayudar a calmarse paseó la vista en las paredes en busca del crucifijo que no estaba, no era su habitación de la casa de sus padres.  Allí había uno que muchas veces parecía que cristo le devolvía una mirada de reproche, a veces de lástima y, a veces, le entregaba consuelo. «Jesucristo, nuestro Señor, sufrió más que tú», volvió a escuchar en su cabeza las palabras que la terminarían alejando de la iglesia y de su fe porque fueron las palabras de una charla más extensa con el cura de la parroquia a la que iba con su madre.  No hubo más consuelo, solo reproche.

Tratando de quitar el sabor agrio que quedó en su boca, empezó a abrir pestañas buscando la identidad de la persona asesinada en la plaza y para ver qué había ocurrido en el resto del país en otros portales noticiosos. Su mano temblaba sobre el teclado. Habían pocos detalles de los hechos violentos ocurridos en regiones.  (Como siempre la capital copaba las noticias.) Otra noticia que le llamó la atención fue en la que hablaba el abogado defensor del agresor detenido el día anterior y señalaba que quería que se hiciera a la brevedad un análisis psicológico y uno en busca de trazas de drogas ya que su defendido era, hasta ese hecho, un trabajador respetado en su estudio contable y no había en su actuar pasado una actitud similar,  su ex pareja, con la que tuvo un hijo, hablaba bien de él.

La información la encontró en la página de un periodista freelance llamado Raúl Gonzalez que entregaba notas a distintos medios y que en su blog personal colocaba los enlaces a las noticias.

El canal de noticias que tenía en una página abierta dio la hora y se dio cuenta que se estaba retrasando, ya no podría escribir el mensaje.  Dejó abierta las noticias de la radio online encendida esperando que dijeran quién había sido asesinado y esperaba que no se tratara de Jenny.

Cuando ya estaba vestida, maquillada y con el bolsito con la colación listo, apagó el computador aún sin saber quién había muerto.  Luego lo olvidaría un rato con lo que se encontró en el pasillo.

Salió tan rápido de su departamento cerrando la puerta y asegurándose de dejarlo con llave que no vio a su vecina tirada de espaldas en el suelo hasta que llegó al ascensor.  Su vecina se movía lentamente incapaz de ponerse en pie. Irma corrió hasta ella y dejó sus bolsos en el suelo junto a ella. Lo primero que hizo fue tomarle la mano y estaba helada, le vió la cabeza y tenía un golpe en la frente donde había salido un poco de sangre. La golpearon, se dijo Irma.

—Vecina, vecina… ¿Me escucha, señora Juana?¿Quién le hizo esto?

—¡Suéltame! —gritó, fue como un ladrido e Irma creyó que faltó poco para que la mordiera. Movía la mano tratando de liberarse de Irma, aunque ella trataba de ayudarla.

Corrió al departamento de su vecina, encontró el televisor encendido en un programa matinal que también estaba haciendo un enlace a la plazoleta.  Irma apagó la tele, tomó un cojín del sofá y, antes de salir, llamó por el citófono a la conserjería. Le contestaron al segundo repique y explicó la situación al conserje el que indicó que iban a ir inmediatamente.

Las cámaras en los pasillos no eran revisadas con regularidad, los conserjes tenían prioridad de observar los estacionamientos y los ascensores en la única pantalla que tenían, si veían algo sospechoso activaban y veían las cámaras de los pasillos. Aunque eran más reactivos que proactivos, las revisaban cuando algún vecino anunciaba que había sido víctima de robo. Quizá por eso la señora Juana salía a mirar quien llegaba al pasillo, ¿habrá visto a alguien?, se preguntó Irma.

Volvió donde la vecina. Desde la puerta mientras hablaba con el conserje observó sus movimientos lentos e interrumpidos con ocasionales manotazos rápidos en el suelo como esos juguetes a baterías en mal estado.  Trató de levantarle la cabeza para poner el cojín y ella no se dejaba.

—¡Déjame! ¡Conozco a las de tu clase!...

Irma quedó congelada, sorprendida. La desconocía. No le gustó la manera cómo hablaba…. ¿Se medicaba?  y en eso notó que la piel de ella tenía un tono verde, lo asoció a que llevaba mucho rato tirada en el suelo y el frío de las baldosas le estaría afectando.

—Vecina. ¿Déjeme ponerla en pie y llevarla a su departamento?

—¡Déjame! —. Y esta vez le lanzó una dentellada en la que los engranajes de su mandíbula crujieron poniéndose en marcha. Irma reaccionó alejándose.  Se puso en pie y observó a su vecina, sus movimientos tenía más de esos movimientos bruscos.  Era una máquina poniéndose en funcionamiento con pequeñas aceleraciones. Una máquina con forma de animal  y poseída de una película de terror.  Retrocedió otro poco.

Llegó el ascensor y de allí salió el empleado de la limpieza, era un joven moreno. Peruano, le parecía a Irma por el acento de las pocas palabras que habían hablado entre ellos en ese tiempo: un saludo y que tenga un buen día.

—¡Ohh...Vaya! Yo me encargo, señorita —. Sacó un woki-toki y llamó a conserjería explicando la situación que no era muy diferente a lo que ella había dicho. Llamarían a una ambulancia.

—¿Hizo algo usted?¿La movió?

—Traté, pero no se dejó.

—Yo le pondré ese cojín, mientras esperamos a la ambulancia. Si tiene que ir a trabajar yo me encargo del resto. Escuché en la radio que la atención de las ambulancias es lenta hoy.  Ha habido muchas peleas.

—Muchas gracias, tenga cuidado con ella, me trató de morder.

Irma entró al ascensor y mientras se cerraban las puertas vio cómo el joven trataba de poner el cojín y de evadía las mordidas que le lanzaba la señora Juana.

—¡Déjenme! Conozco a los de su tipo…


Tuvo problemas para tomar su ruta al metro por los operativos policiales en la plaza.  No le querían dar información los carabineros que allí estaban hasta que una oficial, algo alterada y deseosa de que ella se fuera le dijo que el asesinado era un hombre. 

Quedó más tranquila al saber que no se trataba de Jenny, seguía interesada en saber quién era la víctima y si lo que allí había pasado tenía relación con todo lo demás que estaba pasando.

Rodeó la manzana para llegar al metro.  Allí se puso a buscar radios donde obtener más información. La dejó en una radio que hablaba de problemas en un hospital y buscó sitios de noticias en internet.  Finalmente entró al blog del periodista freelance, en ese momento su última información decía que estaba en el psiquiátrico del SML esperando llevaran al asesino del indigente. El periodista además tenía unas breves notas del colapso con las ambulancias.

Irma estaba tan atenta a las noticias y preocupada de su situación laboral por su retraso que no se percató que había menos gente que lo habitual en el metro ni que pudo subirse a uno sin problemas.  Le escribió a Marcia y ella le respondió que también estaba retrasada.

Habían pasado dos estaciones cuando las luces pestañearon y el tren frenó con un chirrido metálico.  No era comparable pero pensó en algo que ni siquiera había ocurrido: en su vecina tirada en el suelo chirriando los dientes y luego los engranajes de su mandíbula comenzaban a trabajar.

La voz inentendible del conductor dio información que ella interpretó como que había que esperar hasta que la siguiente estación estuviera disponible.  Ya le había pasado que en algunas ocasiones el tren se detenía en el túnel esperando que el tren predecesor dejara la estación. 

Vio que quienes iban cerca de ella se estaban impacientando cuando solo habían pasado dos minutos, a los cinco ya estaban alegando y gritándose entre ellos.  El miedo empezó a envolver a Irma con garras frías.  Sentía que no podía moverse del lugar en que estaba.  Mirando con temor a su alrededor se dio cuenta que no estaba totalmente lleno el vagón.  Eran pocos, pero no se sentía segura con esa gente.  Volvieron a pestañear las luces y ella dio un sonoro suspiro.  Hubo pasajeros frente a ella que la miraron con molestia.  Sosteniendo la mirada, manteniendo el enojo.  Como ninguno llevaba mascarilla pudo ver sus labios apretados. El tren comenzó a moverse haciendo nuevos chirridos que ella percibió como si fueran provocados por las mandíbulas de los pasajeros que la observaban.

 En la siguiente estación Irma salió espantada apenas se abrieron las puertas.  Sentía las piernas temblorosas.  Dio unas respiraciones profundas para relajarse.  Después miró a su alrededor por si alguien de allí se había molestado con ella, pero los pocos pasajeros que había en el andén miraban en otra dirección.  La atención estaba dirigida a un grupo donde había guardias y un empleado de la estación con un botiquín (una maleta plástica con la cruz roja en su centro).

Nada estaba bien.  No cabían dudas de que algo malo estaba pasando.

Buscó un asiento disponible en el andén y sacó el teléfono del bolso para volver a escuchar radio o leer el blog. Pasó mucho rato en eso cuando entró a ver los mensajes que le habían llegado.  Marcia le escribió varios.  Que tuviera cuidado al llegar, que habían problemas en la recepción de la pega.  Que la estaba esperando en un café cercano. Que Pedro estaba en problemas, que no iba a creer lo que había pasado.

Ya podía creer cualquier cosa. Con un estremecimiento pensó en el rechinar de las mandíbulas de su vecina y de los pasajeros del tren que había abandonado.  Su radar interno la alertaba de posibles peligros.

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