miércoles, octubre 27, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 3

 Pedro


Golpeaban la puerta otra vez.

Al abrir los ojos entró la luz junto al dolor que atravesó cada nervio detrás de sus ojos hasta que chocó en la pared interna de su cráneo, rebotó y se esparció. A cada rebote una oleada de dolor.  Y a cada golpe de la puerta las partículas de luz se sacudían y continuaban rebotando dentro de su cabeza. O por lo menos eso era lo que le parecía. Se puso en pie y tambaleando fue a abrir la puerta.

—¡Ya voy, ya voy! —gritó. Se buscó el reloj, no lo llevaba en la muñeca, sintió algo pegajoso en ellas y en los nudillos.  Pasó cerca del televisor apagado en ese momento, quiso encenderlo y volvieron a aporrear la puerta.

Con el picaporte en la mano tuvo la imagen de hacerlo en otra oportunidad. Se le presentó una imagen fría de la cual hasta podía respirar el hielo, una imagen de él abriendo la puerta y no estaba claro que ocurría después, ¿Estaba su vecino en esa imagen? La cara de la persona tras el hielo se veía borrosa, deformada.

Los amigos de verde, se alcanzó a decir al ver a la pareja de carabineros que estaban frente a él.  La luz detrás del pasillo se transformó en un centenar de golpes en su cabeza. 

—Necesitamos que nos acompañe.

Antes de salir se miró por si tenía puesto el pijama completo y vio que ni siquiera se había sacado la ropa.  Vió que tenía unas manchas escarlatas oscuras frescas sobre la polera. Sintió un vahído. Otra imagen deformada, esta vez de él infringiendo golpes.

—¿Pedro, se siente bien? —le preguntó uno de los carabineros.

Debe haber asentido, ya que lo tomaron de los codos y lo llevaron hasta el departamento de su vecino.  En la puerta había otro par de carabineros y adentro vio a unos enfermeros con mascarillas puestas cerca de un sillón.  Había ruido saliendo de una pieza, de un televisor encendido en bajo volumen. Escuchar ese sonido le dio alivio, las partículas de luz dejaron de chocar dentro de su cráneo.  Sus confusas ideas desaparecieron a medida que entraba en la sala del vecino. Había una idea más clara, sentía que ya sabía lo que tenía que hacer, solo que esa gente allí le molestaba.

Entraba luz del ventanal iluminando perfectamente la sala.  En el sillón estaba su vecino observándolo con un único ojo.  El otro lo tenía vendado. Los enfermeros guardaban sus cosas en sus maletas, le pareció mal que le dieran cuidados a un extranjero. 

Los carabineros que aún sujetaban a Pedro sintieron que este trataba de soltarse con pequeños movimientos. A ninguno de los dos le llamó la atención aquello, imaginaban que se pondría a la defensiva considerando el estado en el que había dejado a su vecino: una oreja rota, la nariz sangrante, el ojo amoratado y marcas de zapatos en el pecho (que ya sabían sería como los bototos que llevaba puestos). Cubierto con vendajes estaba ahora su vecino, pero la destrucción en el living seguía igual.  Adornos y cuadros de fotos que debían estar sobre la mesita del living estaban en el suelo, rotos.  

Su vecino había despertado herido, pudo moverse arrastrándose hasta encontrar su teléfono, un camino de gotas de sangre se perdía tras el sillón como prueba de aquello.  Llamó a carabineros y a la ambulancia.

Llegaron dos patrullas de la policía. La segunda llegó acompañando a la ambulancia por petición de clínicas y servicios de ambulancias ante los incidentes de violencia en la que se vieron agredidos parte del personal en la madrugada desde que empezaron los llamados por las peleas que siempre dejaban a alguien mal herido.  Esas peleas tenían sorprendidos a todos. Los carabineros que acompañaban a la ambulancia le mostraron el termo que tenían en su patrulla y sus colegas les dijeron que se tomaran el café tranquilos, que después podían subir, que ellos harían el procedimiento.

—Rara la mañana… Hay peleas en todos lados, ¿no? —habló un paramédico.

—Este es nuestro primer llamado, pero tenemos compañeros que nos han avisado de muchas otras.  Tal vez acá no sea nada —. Fue la respuesta del carabinero mirando a su compañera, buscando una afirmación.

No pensaban al llegar que se encontrarían con una persona golpeada de la manera en que sus compañeros habían estado contando que ocurría en algunas zonas de la ciudad, no era una simple pelea de una persona contra otra; era una pelea de una persona con un animal salvaje.

Mientras apretaban los codos de Pedro empezaron a sentir que éste estaba temblando, pero era más preciso decir que vibraba. Vieron que en su frente asomaron perlas de sudor y que tenía un tono enfermizo color verde en su piel.  Se habían percatado al sacarlo de su departamento que tenía una herida en su mano derecha, con unas manchas negruzcas de sangre coagulada, pero ahora notaron que en sus manos también tenía ese tono verde de una persona muerta.

Los enfermeros tenían la mirada fija en Pedro y ellos vieron como en su boca se formó una sonrisa distorsionada.  Además, hacía un leve movimiento de cabeza que parecía seguir el ritmo de lo que hablaban en el televisor encendido.

—¡Hey! ¡¿Le pasa algo?! —gritó un paramédico. Le parecía ver en el joven que habían ingresado otro caso de los que habían comentado sus compañeros.  Por el tono de piel, la mirada animal, el temblor.  Su colega sacó el teléfono para tomarle una foto.  El paciente en el sillón hizo con dificultad un sonido con su garganta y se llevó el brazo libre a la altura de los ojos.  Quiere evitar un fogonazo de luz, pensó el carabinero junto a Pedro.

—¡Pero qué mierda sucede! —exclamó la oficial. Sin soltar el codo ni dejar de mirar a Pedro retrocedió un paso, llevó su mano a la luma. Su compañero vio de reojo lo que ella estaba haciendo, sin saber por qué lo hacía. 

Lo sabría a las cuatro horas después, cuando despertara en el hospital.

El enfermero había comenzado a grabar cuando vio a la oficial con la luma en la mano.  Vio la cara de su compañero sin entender nada cuando Pedro se giró sobre sus talones y lo tomó de los hombros. En cámara lenta, horas después, vería la sorpresa en su rostro cuando fue arrojado a la pared.  Luego vino el sonido horrible.   

El enfermero durante el día vería varias veces el video, al mostrárselo a sus colegas y compartirlo en las redes, y seguiría sorprendiéndose del sonido, pero sintiéndose mal por haberse reído en el momento que ocurrió por pensar que era el sonido que decía que estaba hueca la cabeza del oficial. No era el único sonido, también la pared falsa sonó en ese momento.  Un sonido de astillas rompiéndose.  Pudo haber terminado muy mal para todos en ese momento.  La pose de Pedro vuelto un salvaje luego de esa maniobra parecía indicar que buscaba a su siguiente víctima. En el video se veía que los miraba con odio a ellos, los enfermeros y que se detenía un instante observando a su vecino herido.

La oficial no se había detenido, le daba lumazos en la espalda a Pedro y éste no se inmutaba. Luego le dio golpes a las sienes y los oídos de Pedro. Eso lo derrumbó y ella puso una rodilla en su espalda y volvió a golpearlo en la cabeza.

El otro paramédico fue donde el oficial caído, en ese momento entraban los otros oficiales quienes fueron donde la oficial a detenerla, para que dejara de golpear a Pedrp.  El enfermero que grababa le parecía tan irreal todo que creía ver una película en su celular en vez de aceptar que ocurría a pasos de él. Detuvo la grabación para ir a ayudar a su colega cuando este lo llamó (quizá por octava vez), teniendo que bajarse la mascarilla para gritarle.

El vecino de Pedro les dijo que había tenido un accidente y que lo disculparan porque iba al baño.  Nadie le prestó atención como tampoco nadie miraba a Pedro. Estaba inconsciente.  Las manchas de sangre de su oreja y sien rota ocultaban su rostro verdoso.

Fue después de vendar y darle una atención al oficial inconsciente que se preguntaron qué hacer con Pedro. Los carabineros que acompañaban a la ambulancia trataban de contactarse con la comisaría.  El enfermero que había estado grabando dijo que unos colegas estaban llevando a los violentos con las mismas características de Pedro al Recinto Psiquiátrico De Emesa.

Decidieron hacer dos viajes con la camilla. Uno para bajar a Pedro a un coche patrulla en el que lo llevarían al psiquiátrico y luego volvieron por el carabinero herido al que llevaron al hospital de su institución.  

Del vecino de Pedro nadie más se acordó.


* * *
[Capítulo anterior: Marcia]
[El capítulo 2 sigue con: Raúl...]

martes, octubre 19, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 2

Marcia


Marcia dejó su casa sin despedirse de su madre porque se había vuelto a dormir.   Su madre y padre se levantaban a las 5 de la mañana para tomar desayuno juntos, ella después se volvía a acostar y él se iba a una bodega que estaba a un par de cuadras de la casa donde trabajaba en la portería.  Un trabajo de medio tiempo con turnos de malos horarios que le permitía aumentar su pensión que era irrisoria. Marcia estaba molesta con la clase política que años y años discutían sobre las administradoras de fondos de pensiones, pero no había soluciones.

Aunque Marcia no creía en los políticos e incluso señalaba que no les encontraba nada de «honorables».  Ella estuvo unos años trabajando en un café de Santiago Centro donde era normal que llegaran parlamentarios. De paso oía sus conversaciones, veía sus actitudes y estas dejaban mucho que desear.  Escuchó en una ocasión como unos se ponían de acuerdo para aserrucharle el piso a un parlamentario nuevo. No, ella no creía en la buena voluntad de los políticos, los veía como personas que habían llegado para enriquecerse y ser empresarios, empresarios similares a esos que decían detestar sus malas prácticas. Ella los había escuchado planeando las mismas cosas. De honorables nada. No creía que alguna vez cambiaran algo.

Se habrán visto apremiados por las circunstancias con el estallido, pero también se fueron relajando con la irrupción de la Pandemia, autorizaron sacar plata de las AFP a los habitantes, sin embargo, no hubieron reformas para regularlas o eliminarlas, por lo que Marcía creía que se mantendrían en pie. La Hierba mala nunca muere. Podría pensar en Piñera y todo lo que había pasado con él, pero pensaba que no había que dedicarle ningún tipo de pensamiento. Ya detestaba a los políticos y los políticos empresarios pasaban a una categoría que ella llamaba: mierda al cuadrado.

En el paradero se encontró con más gente de lo habitual, pero no vio a quienes estaba acostumbrada a ver a esa hora ¿Se habrían enfermado?¿Tantos? 

Con las conversaciones de los que estaban allí se enteró de que los buses del transporte de transantiago no estaban trabajando en su totalidad. Había personas esperando mucho rato.  Había más rostros molestos en vez de los habituales rostros marcados por el sueño ese día.

Una muchacha joven se acercó a ella, primer rostro conocido que veía en el paradero.  En realidad, Marcia,  no era conversadora con la gente que en el paradero día a día, solo trataba de ser amable, ya que siendo amable podía, además, informarse si había pasado ya un recorrido del transantiago. A la muchacha la había visto antes pero nunca habían conversado hasta ahora.  

Ella tenía mucho que contar. Le dijo que había altercados en varios lados de la capital, que en algunos hasta los choferes de las micros fueron agredidos, que por eso había menos recorridos.  Primera vez que Marcia se quejó por no ver noticias.  ¿Sería tan grave como le contaba la muchacha?¿Un nuevo estallido social? 

Más de veinte minutos después apareció una micro con el recorrido de ambas. Un bus de diferente color con el número de la ruta en papeles pegados en las puertas y en el parabrisas.  Marcia y la muchacha se miraron y aceptaron que era la única manera de llegar a sus destinos.

Llegó después de la hora de entrada al trabajo con una sensación negativa a flor de piel. Pensando en todo lo que estaba ocurriendo y en cómo la muchacha empezó a cambiar su actitud tranquila dentro de la micro. Ambas ocuparon el espacio destinado a silla de ruedas, pero, a medida que se llenaba la micro, Marcia se cambió de lugar para estar más cerca de la salida para cuando le correspondiera bajar y la muchacha se puso audifonos para aislarse escuchando noticias.  Vio que una mujer canosa ocupó el lugar que había dejado.  Cuando estaba cerca de su paradero escuchó a  la muchacha discutir con la señora porque tenía un sanguche mordido. La muchacha estaba roja y soltaba cosas que parecían incoherencias, no pudo entender qué gritaba, pero su mirada rabiosa iba a la mujer y su sanguche.  La mujer canosa, le decía que se tranquilizara y guardó el sanguche en la bolsa que tenía en la mano. Marcia no pudo seguir viendo, le tocaba bajarse. Pero la escena se quedó con ella, en especial cómo había cambiado la muchacha y preguntándose de por qué ese arrebato.

La parada del transantiago la dejaba en la misma manzana en que estaba su trabajo y habitualmente la rodeaba caminando, encontrándose con ambulantes vendiendo sanguches, artículos para celulares, golosinas y los kioscos con diarios. Esta vez no había nada de eso, solo gente caminando apresurada para llegar a su oficina. Cuando dio vuelta la esquina y vio el cochepatrulla frente a la entrada de su oficina exclamó: «¡¿Qué hu’ea...?!»

La calle estaba menos concurrida por lo que destacaban los grupos de personas que había, todos de su empresa.  Fue al grupo más cercano en los que la mayoría estaba fumando.  No eran de su área pero esperaba tener información.  Uno de ellos empezó:

—Una pelea entre el venezolano del aseo y la recepcionista...

—Lo conozco, es tan tranquilo que no me lo imagino agrediendo a alguien o empezando una pelea…

—¡No! La comenzó ella… Igual él no se contuvo.

—Fue un campo de batalla —dijo otro de los que estaba fumando—, fue como lo que está pasando en otras comunas y ciudades.

—Y estaban tratando de decir que era un tema político. No veo a la recepcionista y al venezolano politizados.

—Eso porque nunca conversaste con el venezolano.

Mientras escuchaba la conversación y sin mirar el bolso metió la mano y sacó el teléfono, vio que tenía una llamada perdida de un número desconocido y un mensaje de Irma diciéndole que iba atrasada.  Le mandó un mensaje a ella.

Uno de los jóvenes pidió silencio moviendo la mano en la que tenía el cigarrillo, pidiendo silencio, mientras votaba el humo.

—Disimulen… llegó el jefe. De él es el BMW azul.

Más disimuló el jefe haciendo como que no los vio a ellos yendo directamente a la entrada a hablar con un carabinero.  Del grupo un tipo delgado y alto que había estado en silencio en ese rato fue hasta donde el jefe.  El joven que pidió silencio, les dijo antes de volver a dar una piteada a su cigarrillo:

—Ese es el subgerente de recursos humanos, lo conocemos porque sale a fumar con nosotros. —Todos asintieron.

No pasaron ni cinco minutos cuando el jefe volvió a su auto y se fue.  El de recursos humanos regresó al grupo y les dijo que si no se arreglaba la situación en una hora con los carabineros custodiando la entrada, y considerando los problemas que estaban ocurriendo en la ciudad, tendrían todos y todas las unidades permiso para irse.  De ser así debían quedar atentos al correo por si mañana volvían al teletrabajo con el mismo sistema hecho en Pandemia.

—Esto no se va a arreglar —dijo uno, que momentos antes parecía morder la colilla de su cigarrillo, se dio vuelta sobre sus talones y se fue molesto.

—¿Y a ese qué le pasa?

—Anda mecha corta desde ayer… no sabemos porqué… ¿Y qué haremos en esta hora… seguir fumando?

—Tengo autorización para usar la caja chica y ofrecerles un desayuno a todos… los que quieran esperar.

Todos respondieron con alegría, dos de ese grupo fueron enviados a invitar a más trabajadores repartidos en pequeños grupos cerca del edificio, mientras el de Recursos Humanos fue al café más cercano a solicitar mesas.  Cerca de una treintena se reunieron allí.  Marcia al ver a tantos ya no le parecía buena idea ir, pero encontró que era mejor manera de esperar a Irma, luego con ella verían qué hacer.

Dentro del café se instaló en una mesa que le daba la posibilidad de salir sin dificultad en el caso que llegara Irma y con su bolso se apropió del puesto de al lado. Nuevamente quedó apartada de sus compañeros de área y esta vez, también, con el grupo que estuvo fumando. Quedó frente a un televisor que estaba sintonizado en un canal de noticias, la foto fija en la mitad de la pantalla decía arriba «Contacto telefónico», al medio la foto de un periodista demasiado feliz para el día y abajo su nombre y lugar de contacto: «Raúl Gonzalez desde el Psiquiatrico S. De Emesa»; en la otra mitad la conductora con cara de no querer estar ahí, hacía preguntas sobre lo que allí sucedía con una voz que vibraba y dejaba notar su nerviosismo.

Marcia trataba de escuchar y no se dió cuenta de lo que ocurría a un par de mesas de donde estaba.  Escuchó unos gritos y miró en esa dirección tratando de entender qué pasaba. Uno de los compañeros con los que estuvo fumando gritaba cosas que ella no le encontraba sentido y quienes lo rodearon le gritaban, a su vez, le gritaban para hacerlo callar.

Le gritaban que dejara de gritar, que estaba haciendo el ridículo, que si estaba drogado, que si se había vuelto loco, que acaso no pensaba lo que gritaba, que no sería que en realidad tenía caca en la cabeza.  El compañero levantaba la voz, las quejas que gritaba parecían raspar su garganta y sonaban guturales… Hasta que un puñetazo en pleno rostro lo hizo callar.

Tuvieron que tomar de los brazos al boxeador que también había empezado a gritar, aunque sus gritos eran aullidos.  Marcia miraba todo con miedo y sorpresa.  Lo que veía le parecía terrorífico, ¿el colega se había contagiado con la rabia del colega gritón?.  No, no podía ser cierto. Debía haber algo malo en esa persona. Vio cómo lograron sacar con dificultades al boxeador.  En el trayecto soltaba manotazos para tratar de liberarse del grupito que lo empujaba.  Era inquietante todo.

Demasiado raro lo que estaba pasando. En el café otros compañeros se veían igual de sorprendidos, eso hizo destacar más a aquellos que miraban atentamente la televisión como si al lado de ellos no hubiera pasado nada.  Marcia no aguantó más y salió del café, trató de alejarse de allí, parecía que el lugar irradiaba malas vibras y debiese estar lejos de su alcance.

Sacó su teléfono para mandarle un mensaje a Irma de que la iba a esperar en otro lugar.  No alcanzó a escribir nada, ya que recibió en ese momento otra llamada de un número desconocido, que decidió atender.

—Soy el Cabo Luis Perez.  La llamó porque su número estaba de favorito en el teléfono de Pedro…

—¿Pedro? ¿Qué le pasó a Pedro?

Y cuando le explicaban se fue poniendo pálida y sintiendo el miedo frío que la llenaba.  No tenía explicación a lo que sucedía, deseaba que fuera un mal sueño y poder despertar pronto.


* * * *

[Anterior: Capítulo 2 - Parte 1 : Irma]
[Siguientes: Pedro, Raúl ...]

domingo, octubre 03, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 1

 —Capítulo 2: Olas de violencia—


Irma


Empezó como un día normal y fue después de la ducha matinal que Irma prestó atención a la radio alarmándose con la noticia.  No parecía real.

Escuchaba una radio online en su computador y pretendía responder con un mensaje, uno que había pensado mucho, a una persona en especial en su Facebook.  Estaba en bata y con una toalla envuelta en su pelo mojado y quedó choqueada, aturdida unos segundos.  No, no le parecía real la noticia.  El miedo lo sintió como un cosquilleo tras sus orejas.

Caminó a la ventana que daba a la calle y buscó la plazoleta, tan preocupada estaba que había olvidado que desde su cuarto no se veía.  Así que volvió al computador y abrió una página de un canal de noticias donde en directo mostraban la plazoleta. Policías en overoles blancos entraban a una tienda montada junto a las carpas, el periodista hacía hincapié en que no era el único hecho de violencia ocurrido en esa madrugada en el país, pero el que él reporteaba resultaba brutal porque la plazoleta estaba bastante cerca de una estación de metro y mucha gente pasaba por allí, incluyendo niños.

Irma escuchaba atenta, temiendo que apareciera el nombre de Jenny, atemorizada por lo sucesos que estaban ocurriendo, ¿había dicho que no era el único incidente? ¿Qué estaba pasando? Ayer un indigente fue asesinado y hoy hubo otro y según la radio había más incidentes.

Que la gente de la capital se volviera loca no le parecía raro, que llegara a ese extremo le podía parecer discutible…. Aunque no podía olvidar el estallido social ni que cuando llegó a la capital y tomó el metro por primera vez fue testigo de un par de situaciones extremas, de una violencia de la que no estaba acostumbrada. Presenció una pelea entre vendedores ambulantes y otra de unas señoras que peleaban porque una acusaba a otra de bloquear la salida.  Estuvo tan cerca que pudo palpar la furia que tenían.

Fueron experiencias extremas necesarias, le diría Marcia, para curarse del espanto de la capital.  El primer mes estuvo temiendo volver a enfrentarse a un hecho similar, empezaba a sentir nervios cuando alguien se envalentonaba y pretendía pelear y quedaba un rato así a pesar que la otra persona se disculpaba o no pescaba, bajando la intensidad del incidente.  A veces creía que era ese smog que cubría la capital el que enturbiaba a las personas.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Era cierto lo dicho por el periodista de que habían hechos de violencia similares en otros lugares del país? Le molestó que el periodista no se refiriera a la víctima, a ella le interesaba eso y no que el que el énfasis fuera que un asesinato cerca del metro fuera más impactante… ¿además qué quería decir con eso? De seguro Marcia sabría y ya adivinaba lo que diría, que no importaba el indigente, importaba que pudo pasarle a alguien que trabajara, a un buen elemento para la sociedad.

El miedo aún pasaba sus dedos helados por sus orejas y para ayudar a calmarse paseó la vista en las paredes en busca del crucifijo que no estaba, no era su habitación de la casa de sus padres.  Allí había uno que muchas veces parecía que cristo le devolvía una mirada de reproche, a veces de lástima y, a veces, le entregaba consuelo. «Jesucristo, nuestro Señor, sufrió más que tú», volvió a escuchar en su cabeza las palabras que la terminarían alejando de la iglesia y de su fe porque fueron las palabras de una charla más extensa con el cura de la parroquia a la que iba con su madre.  No hubo más consuelo, solo reproche.

Tratando de quitar el sabor agrio que quedó en su boca, empezó a abrir pestañas buscando la identidad de la persona asesinada en la plaza y para ver qué había ocurrido en el resto del país en otros portales noticiosos. Su mano temblaba sobre el teclado. Habían pocos detalles de los hechos violentos ocurridos en regiones.  (Como siempre la capital copaba las noticias.) Otra noticia que le llamó la atención fue en la que hablaba el abogado defensor del agresor detenido el día anterior y señalaba que quería que se hiciera a la brevedad un análisis psicológico y uno en busca de trazas de drogas ya que su defendido era, hasta ese hecho, un trabajador respetado en su estudio contable y no había en su actuar pasado una actitud similar,  su ex pareja, con la que tuvo un hijo, hablaba bien de él.

La información la encontró en la página de un periodista freelance llamado Raúl Gonzalez que entregaba notas a distintos medios y que en su blog personal colocaba los enlaces a las noticias.

El canal de noticias que tenía en una página abierta dio la hora y se dio cuenta que se estaba retrasando, ya no podría escribir el mensaje.  Dejó abierta las noticias de la radio online encendida esperando que dijeran quién había sido asesinado y esperaba que no se tratara de Jenny.

Cuando ya estaba vestida, maquillada y con el bolsito con la colación listo, apagó el computador aún sin saber quién había muerto.  Luego lo olvidaría un rato con lo que se encontró en el pasillo.

Salió tan rápido de su departamento cerrando la puerta y asegurándose de dejarlo con llave que no vio a su vecina tirada de espaldas en el suelo hasta que llegó al ascensor.  Su vecina se movía lentamente incapaz de ponerse en pie. Irma corrió hasta ella y dejó sus bolsos en el suelo junto a ella. Lo primero que hizo fue tomarle la mano y estaba helada, le vió la cabeza y tenía un golpe en la frente donde había salido un poco de sangre. La golpearon, se dijo Irma.

—Vecina, vecina… ¿Me escucha, señora Juana?¿Quién le hizo esto?

—¡Suéltame! —gritó, fue como un ladrido e Irma creyó que faltó poco para que la mordiera. Movía la mano tratando de liberarse de Irma, aunque ella trataba de ayudarla.

Corrió al departamento de su vecina, encontró el televisor encendido en un programa matinal que también estaba haciendo un enlace a la plazoleta.  Irma apagó la tele, tomó un cojín del sofá y, antes de salir, llamó por el citófono a la conserjería. Le contestaron al segundo repique y explicó la situación al conserje el que indicó que iban a ir inmediatamente.

Las cámaras en los pasillos no eran revisadas con regularidad, los conserjes tenían prioridad de observar los estacionamientos y los ascensores en la única pantalla que tenían, si veían algo sospechoso activaban y veían las cámaras de los pasillos. Aunque eran más reactivos que proactivos, las revisaban cuando algún vecino anunciaba que había sido víctima de robo. Quizá por eso la señora Juana salía a mirar quien llegaba al pasillo, ¿habrá visto a alguien?, se preguntó Irma.

Volvió donde la vecina. Desde la puerta mientras hablaba con el conserje observó sus movimientos lentos e interrumpidos con ocasionales manotazos rápidos en el suelo como esos juguetes a baterías en mal estado.  Trató de levantarle la cabeza para poner el cojín y ella no se dejaba.

—¡Déjame! ¡Conozco a las de tu clase!...

Irma quedó congelada, sorprendida. La desconocía. No le gustó la manera cómo hablaba…. ¿Se medicaba?  y en eso notó que la piel de ella tenía un tono verde, lo asoció a que llevaba mucho rato tirada en el suelo y el frío de las baldosas le estaría afectando.

—Vecina. ¿Déjeme ponerla en pie y llevarla a su departamento?

—¡Déjame! —. Y esta vez le lanzó una dentellada en la que los engranajes de su mandíbula crujieron poniéndose en marcha. Irma reaccionó alejándose.  Se puso en pie y observó a su vecina, sus movimientos tenía más de esos movimientos bruscos.  Era una máquina poniéndose en funcionamiento con pequeñas aceleraciones. Una máquina con forma de animal  y poseída de una película de terror.  Retrocedió otro poco.

Llegó el ascensor y de allí salió el empleado de la limpieza, era un joven moreno. Peruano, le parecía a Irma por el acento de las pocas palabras que habían hablado entre ellos en ese tiempo: un saludo y que tenga un buen día.

—¡Ohh...Vaya! Yo me encargo, señorita —. Sacó un woki-toki y llamó a conserjería explicando la situación que no era muy diferente a lo que ella había dicho. Llamarían a una ambulancia.

—¿Hizo algo usted?¿La movió?

—Traté, pero no se dejó.

—Yo le pondré ese cojín, mientras esperamos a la ambulancia. Si tiene que ir a trabajar yo me encargo del resto. Escuché en la radio que la atención de las ambulancias es lenta hoy.  Ha habido muchas peleas.

—Muchas gracias, tenga cuidado con ella, me trató de morder.

Irma entró al ascensor y mientras se cerraban las puertas vio cómo el joven trataba de poner el cojín y de evadía las mordidas que le lanzaba la señora Juana.

—¡Déjenme! Conozco a los de su tipo…


Tuvo problemas para tomar su ruta al metro por los operativos policiales en la plaza.  No le querían dar información los carabineros que allí estaban hasta que una oficial, algo alterada y deseosa de que ella se fuera le dijo que el asesinado era un hombre. 

Quedó más tranquila al saber que no se trataba de Jenny, seguía interesada en saber quién era la víctima y si lo que allí había pasado tenía relación con todo lo demás que estaba pasando.

Rodeó la manzana para llegar al metro.  Allí se puso a buscar radios donde obtener más información. La dejó en una radio que hablaba de problemas en un hospital y buscó sitios de noticias en internet.  Finalmente entró al blog del periodista freelance, en ese momento su última información decía que estaba en el psiquiátrico del SML esperando llevaran al asesino del indigente. El periodista además tenía unas breves notas del colapso con las ambulancias.

Irma estaba tan atenta a las noticias y preocupada de su situación laboral por su retraso que no se percató que había menos gente que lo habitual en el metro ni que pudo subirse a uno sin problemas.  Le escribió a Marcia y ella le respondió que también estaba retrasada.

Habían pasado dos estaciones cuando las luces pestañearon y el tren frenó con un chirrido metálico.  No era comparable pero pensó en algo que ni siquiera había ocurrido: en su vecina tirada en el suelo chirriando los dientes y luego los engranajes de su mandíbula comenzaban a trabajar.

La voz inentendible del conductor dio información que ella interpretó como que había que esperar hasta que la siguiente estación estuviera disponible.  Ya le había pasado que en algunas ocasiones el tren se detenía en el túnel esperando que el tren predecesor dejara la estación. 

Vio que quienes iban cerca de ella se estaban impacientando cuando solo habían pasado dos minutos, a los cinco ya estaban alegando y gritándose entre ellos.  El miedo empezó a envolver a Irma con garras frías.  Sentía que no podía moverse del lugar en que estaba.  Mirando con temor a su alrededor se dio cuenta que no estaba totalmente lleno el vagón.  Eran pocos, pero no se sentía segura con esa gente.  Volvieron a pestañear las luces y ella dio un sonoro suspiro.  Hubo pasajeros frente a ella que la miraron con molestia.  Sosteniendo la mirada, manteniendo el enojo.  Como ninguno llevaba mascarilla pudo ver sus labios apretados. El tren comenzó a moverse haciendo nuevos chirridos que ella percibió como si fueran provocados por las mandíbulas de los pasajeros que la observaban.

 En la siguiente estación Irma salió espantada apenas se abrieron las puertas.  Sentía las piernas temblorosas.  Dio unas respiraciones profundas para relajarse.  Después miró a su alrededor por si alguien de allí se había molestado con ella, pero los pocos pasajeros que había en el andén miraban en otra dirección.  La atención estaba dirigida a un grupo donde había guardias y un empleado de la estación con un botiquín (una maleta plástica con la cruz roja en su centro).

Nada estaba bien.  No cabían dudas de que algo malo estaba pasando.

Buscó un asiento disponible en el andén y sacó el teléfono del bolso para volver a escuchar radio o leer el blog. Pasó mucho rato en eso cuando entró a ver los mensajes que le habían llegado.  Marcia le escribió varios.  Que tuviera cuidado al llegar, que habían problemas en la recepción de la pega.  Que la estaba esperando en un café cercano. Que Pedro estaba en problemas, que no iba a creer lo que había pasado.

Ya podía creer cualquier cosa. Con un estremecimiento pensó en el rechinar de las mandíbulas de su vecina y de los pasajeros del tren que había abandonado.  Su radar interno la alertaba de posibles peligros.

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[Siguientes partes del capítulo 2: Marcia, Pedro, Raúl...]

jueves, septiembre 23, 2021

Zumbidos - parte 4

 El otro Pedro


El frío de la noche despertó a Pedro, el otro Pedro. Se había quedado dormido apoyando su espalda en el árbol y ahora despertó con hambre y frío. Se levantó con dificultad, sintiendo su cuerpo tieso y a paso lento fue a la carpa de Jenny a pedirle algo.  Ella no estaba, pero había una caja con medio sanguche, se dijo que ella no iba a volver y se lo comió.  Recordó que Jenny le había dicho la noche anterior que era mejor irse de allí, que habría problemas, que lo sentía en sus huesos.  Le habló de un grupo que circuló por allí antenoche y que ella vio que buscaban pelea.  Le habló de los ojos y su tono de piel.  Se notaba que ella tenía miedo y más al hablar de esos detalles.  Claro que de repente ella hablaba tanta lesera, pensó.

Claro que ella podría decir lo mismo, ya que nunca le creyó que él antes de ser dejado en el margen de la vida, como le gustaba decir, era un profesor de matemáticas de segundo ciclo.  Cuando el problema del alcohol todavía era un pequeño problema, según él, le hizo perder el trabajo, casi en la misma fecha en que moría su madre y para su sorpresa descubría que ella ya no era dueña de la casa como se creía y en esas semanas viviendo de paso en casas de diferentes amigos su pequeño problema se convirtió en un vicio, en una criatura que le exigía sobrevivir y él le hizo caso.  Manteniendo tranquila a la criatura, él también quedaba tranquilo, sin darse cuenta que se alejaba de todo.

En el interior de la carpa de Jenny sólo quedaba una frazada y el otro Pedro se la quedó.  Como si hiciera un trueque dejó su mascarilla sucia en el interior de la carpa donde estaba la frazada y se fue a la suya, donde se arropó y se volvió a quedar dormido.

El ruido de unas cadenas siendo arrastradas en el cemento y una risotada que escuchó demasiado cerca lo despertaron.  Le asustó oír otras risotadas que escuchó después.  Es un grupo grande y están en la plazoleta, se dijo poniéndose en alerta.

Y lo era. Los vio al asomar la cabeza para ver qué ocurría.  Unos estaban aplastando las carpas de Jenny y de Pancho. Pancho aún no volvía esa noche. El grupo risueño lo vio y se concentró en él.

—Vaya, vaya… ¿te dejaron solo, lacra?  Ayer la otra escoria me vio, parece que sabía que volveríamos… Hablo de tu amiguita… ¿tu novia?

Quien hablaba era el líder por lo que comprendió, en cada una sus pausas sus compañeros reían.  No había nada de gracioso.  El otro Pedro estaba teniendo miedo, ¿alcanzaría a irse?.

Dos tipos lo sacaron a tirones de su carpa.  No estaba seguro, creía que estaban maquillados, como soldados con pintura de guerra.

—¿Es tu novia?, te dije… ¡Responde!

—No, no lo es.

—¿Volverá?

—No lo sé.

—¿Y el otro, el barbón?

—No lo sé.

—No sabes nada, lacra.

—¿Qué me van a hacer?

Todos rieron. Una risa larga, fingida, sicótica.  Los que lo sujetaban después de la risa hicieron sonidos guturales.  Nada de palabras, pero se entendían.  El otro Pedro entró en pánico, no veía salida.

Cuando lo golpeaban deseó que Jenny y Pancho no volvieran, para que no pasaran por lo mismo, era doloroso.  Cuando su vida estaba por irse y ya no sentía dolor soñó que volvía a casa de su madre, aún era de ella, no la habían estafado.  «Pedro, te estaba esperando para tomar once», le dijo su madre desde la puerta. Le gustó que le llamaran por su nombre, que no hubiera señales de reproche o de lástima al nombrarlo. Entró con ella a la casa demasiado iluminada.  El pasillo era un túnel de luz.


- * * * -

[Parte 1: Irma] [Parte 2: Marcia]

[Parte 3: Pedro] [Pronto Capítulo 2 - Parte 1...]

miércoles, julio 28, 2021

Zumbidos - Parte 3

 

Pedro


«Malditos extranjeros, malditos», esa frase era un zumbido de moscas revoloteando dentro de la cabeza de Pedro. El palpitante dolor de cabeza no lo dejaba.

Estaba en su dormitorio a oscuras, sufriendo y masticando rabia por sus incertidumbres laborales. Sin embargo, no estaba en silencio. Tenía en el pequeño living de su departamento la televisión con su sistema de sonido 7.1 encendida en el canal de noticias con volumen alto. El sonido de la tv para él no era molestia, no lo notaba.

Aporrearon la puerta, escuchó de repente y el dolor se intensificó con el ruido de los golpes. Se atrevió a ir a ver qué pasaba.

El pequeño pasillo estaba iluminado por la luz del televisor. Casi se queda viéndolo. Con paso vacilante llegó a la puerta, quitó la cadena del seguro y afuera dejaron de aporrear la puerta. Lo habían escuchado.

Había algo raro en todo eso, se preguntó qué sería con la mano en el pomo de la puerta. No recordaba cómo había llegado al departamento, tampoco recordaba cuándo ni cómo se fue del trabajo.

Se encontró con su vecino de departamento, quien lo miró extrañado y en su cara su rudeza se suavizó.

¿Está mal amigo? ¿Le llamo a la ambulancia?

No… ¡¿Qué quiere?! —preguntó Pedro pasándose la mano por el centro de su cabeza donde el dolor parecía concentrarse, como tratando de salir. Lo que habló salió con dureza, fue un ladrido.

Su vecino tuvo esa imagen. Lo veía sufriendo y también parecía peligroso, como un perro atropellado que necesita ayuda, pero en su dolor sería capaz de morder a quien se le acercara. Trató de razonar hablándole amablemente.

Amigo, venía a pedirte que bajaras el volumen de tu televisión. Quiero irme a dormir. Mira ando en pijama —Pedro le dirigió una mirada de arriba a abajo—. Trabajo lejos y me levanto temprano. Ahora te veo y creo que estás mal... ¿Estás vacunado contra el Covid? ¿Tienes fiebre o estás intoxicado con una comida...?

¿Por qué dices eso?

Tu piel se ve verde y estás sudando como enfermo… ¿Necesitas ayuda?

¡No! Apagaré la tele. Déjame solo.

Cerró la puerta. Prendió la luz del living y se miró los brazos, no veía que su piel se viera enferma. ¿Y acaso uno con calor no transpira?

Fue hacia el televisor, vio que el titular de la noticia en pantalla decía que habían apresado a uno de los asesinos del indigente. Dejó el volumen en el número 12, no se había dado cuenta que estaba en el número 70. No quería tener a su vecino de vuelta en su puerta, sobre todo siendo un extranjero, un dominicano, reconocía de su acento.

Se quedó de pie mirando interesado lo que hablaban en el noticiero.

Pensó que era más molesto su vecino que el televisor. ¿Cómo era eso de patear puertas de casas ajenas? No aprendían a ser civilizados en otros países, pensó y las moscas dentro de su cabeza volvieron a alzar el vuelo.

«Malditos extranjeros, quieren quitarme mi trabajo como lo hicieron con el call center». No se refería a los trabajadores en su mayoría extranjeros que hubo en el tercer piso, sino a que toda esa área la tomó una empresa situada en otro país latinoamericano, decisión tomada porque además podían ser más rudos con los clientes morosos ya que estos no sacarían nada quejándose de sus servicios, serían parte de un call center sin representación el país. Una manera de quedar fuera del sistema judicial. «Esos extranjeros van a cobrar una tarifa menor y se quedarán con mi pega», volvía a mascar rabia, «o les llevaran mi trabajo a su país y con soporte remoto me reemplazaran».

«Malditos extranjeros. Vienen a trabajar, pero no en igualdad de condiciones, quieren toda la ayuda y nosotros la perdemos en cosas útiles para nosotros».

Le zumbaba y le dolía la cabeza, iba a apagar el televisor y vio que el candidato ultraconservador estaba en un noticiero hablando del asesino detenido, y algo de lo que dijo le hizo sentido.

«Claro que es lógico que se tenga una reacción extrema cuando se viven injusticias», empezó a oír tras el zumbido, como otro tipo de insecto revoloteando dentro de su cabeza, repitiendo esa frase. El dolor en el centro de su cabeza había desaparecido. La frase repetida una y otra vez ganó consistencia y la sentía en su paladar, la podía saborear. Tenía un gusto metálico que le entregaba una sensación agradable.


*


No recordaba en qué momento salió de su departamento y fue al del vecino. Estaba frente a su puerta y no sabía si había llamado o no, pero la puerta estaba cerrada. No había zumbido en su cabeza, no había dolor. Sentía que él dolor estaba dormido. Se fue a su departamento que tenía la puerta abierta en su totalidad.

«¿Cuánto rato estuve frente a la puerta del dominicano?», se preguntó antes de tirarse a la cama y quedarse dormido. Ni siquiera se dio cuenta que sus nudillos estaban pelados, rojos, sangrantes.



[Parte 1: Irma]

[Parte 2: Marcia]

[Pronto Parte 4: El otro Pedro...]

martes, julio 20, 2021

Zumbidos - Parte 2

 Marcia


Antes de levantarse a pagar el café, que bebió afuera, en la pequeña «terraza» del pequeño local, Marcia miró una vez más el celular.  Ningún mensaje nuevo, ninguna comunicación desde media tarde.  La batería tenía poca carga y decidió que sólo lo usaría para ver la hora y esperar algún mensaje puntual.

Salió a la calle lavándose las manos con alcohol gel que había en un dispensador dentro del local, se abrochó el abrigo largo que usaba no por frío, sino para ocultar su tenida de trabajo y se dirigió al paradero del transantiago. Pasó junto a un Pub, miró rápidamente al interior y no vió a quién buscaba.  No estaba Pedro. Su desilusión se mezclaba con preocupación.

En un mensaje por chat, posterior al acuerdo de encuentro de la tarde en ese pub, él manifestó que tenía dolor de cabeza y sentía ardor en los ojos.  Ni siquiera sabía si podría completar el turno y cruzaba los dedos para que no apareciera una incidencia en la tarde que le exigiera demasiada atención.  Si fuese otro día ella habría bromeado diciendo que los de Soporte Informático nunca les había gustado trabajar, pero en la hora de colación luego que se fuera Irma ella se enteró de las preocupaciones laborales de él.

En ese rato de colación vio que él trataba de pelar al jefe pero no podía teniendo cerca gente de otras áreas. «Mejor lo conversamos con unas chelitas», dijo ella y la confirmación llegó después por el chat de la empresa. Allí conversaron otro poco hasta que él le contó algunas incertidumbres laborales muy ácidas y oscuras que en momentos se perdían en quejas incoherentes contra extranjeros.  Eran comentarios que otras veces ya se los había escuchado y que cuando ella dijo «Qué estai diciendo?» por cuarta vez, él le habló de sus malestares físicos.

En el paradero mandó un mensaje a Pedro preguntándole cómo estaba y esperó unos minutos, mirando el celular de tanto en tanto, para ver si respondía. Nada. En eso llegó su bus de transantiago, sacó una mascarilla del bolsillo de la chaqueta y se la puso.

El chofer estacionó el vehículo, pero no abrió las puertas inmediatamente.  Marcia creyó que no lo haría y se iría como pasaba a veces. Pero luego de un minuto eterno se abrió la puerta del final, de allí bajaron tres personas y dos subieron sin pagar. Los tres que bajaron se quedaron mirando al centro del bus, Marcia también lo hizo y vio que había una pelea. Se abrieron las puertas y salió un grupo de seis personas.  Tres eran haitianos, uno se apretaba la nariz, le sangraba y la mascarilla que llevaba estaba manchada. Inmediatamente se cerraron esas puertas y los del grupo que no eran haitianos se fueron a las puertas y empezaron a gritar y hacer gestos a los que quedaron.  En eso se abrió la puerta delantera, Marcia que estaba junto a esa puerta entró, pasó la tarjeta bip y se quedó en el pasillo del inicio, esperando que se desocupara el asiento que le gustaba ocupar, uno cerca de la ventana donde podía sacar el celular sin miedo a un lanzazo. Se notaba la tensión en el interior del bus.  Escuchó gritos desde el fondo. «¡No bajaron todos!», gritaba una mujer.  El chofer gritó «¡No importa, se acabó la pelea!».

Marcia pensó que en algún momento de su viaje de 40 minutos se enteraría de lo que había pasado.  Lo que ocurrió e hizo que se olvidara de Pedro porque lo asoció con el tipo de sujetos que había empezado la pelea en ese bus.

Lo que supo escuchando a la gente es que había comenzado con un tipo que en principio hablaba en voz alta enojado porque un haitiano iba sentado en un asiento del bus. Consideraba que era injusto con los chilenos y que lo debía entregar, que su esposa (o acompañante) le pedía que se calmara y él haitiano reaccionó tomándole el codo cuando el tipo empujó a la mujer para que no se metiera.  El tipo se puso colorado y le dio un puñetazo en la nariz al haitiano.  Ahí se metieron otros a separarlo e increparlo. Pidieron al chofer que parara para bajar al agredido y al agresor, también para llamar a carabineros, pero el chofer decidió continuar hasta la parada y allí por el tumulto, bajaron los que separaron al agredido. El agresor continuó otras paradas en el bus, la mujer trataba de controlarlo.  Marcia lo logró ver y su cara le causó miedo. La ausencia de mascarilla dejaba verle una sonrisa de satisfacción que resultaba ofensiva, parecía de un psicópata.

Se preguntó si Pedro llevaría su odio a eso, creía que no. 

«¿Y por qué me estoy preocupando por él ahora? Maldita Irma que me metiste ideas en la cabeza... si estaba tan tranquila».

Salía los fines de semana a carretear y podía desconectarse totalmente del trabajo, aunque fue en el trabajo donde se hizo amiga de unas telefonistas colombianas buenas para el carrete.  Fue cuando el call center todavía estaba en el tercer piso de la empresa. Conoció a harta gente, salía a fiestas con las colombianas, ocasiones en las que se sumaban otros telefonistas extranjeros. En distintas fechas, llegó a pinchar.  Del que mejores recuerdos tenía era de Osman, él era un venezolano siempre simpático, buena dicción, que besaba muy rico y nada vergonzoso al salir a bailar.  Las colombianas eran distintas a Irma que aún no se sacaba todo lo santurrona que se mostraba al principio, hasta ahora seguía sin querer salir a carretear.

Las colombianas y Osman fueron parte de los 40 telefonistas despedidos; su área se tercerizó, luego se redujo el área de Pedro. El jefe del área administrativa donde trabajaba Irma y ella, les dijo que no tuvieran miedo, que su área no peligraba en la reestructuración, que incluso era posible que contrataran más gente.  Muy diferente de lo que le dijeron a Pedro, su área reducida a él y dos más era posible que desapareciera, aunque nada claro, en dos meses le deberían informar la resolución.

Sacó su teléfono, vio si la batería le alcanzaba para enviar unos mensajes y le escribió un saludo a las colombianas y les preguntó si tenían planes para el viernes.  En el whatsapp buscó a Osman y vio que había cambiado su foto, tenía una chaqueta con el nombre de un call center.  Se alegró por él y le mando un mensaje, «Holaaaa…. qué contai?».

Llegó a su casa, saludó a sus papás que estaban acostados viendo un programa de concursos, se fue a su pieza donde puso a cargar su teléfono y prendió la tele.

En un canal entrevistaban al eterno candidato ultraconservador porque en la tarde habían dado con uno de los asesinos del indigente, el que había sido visto en uno de sus mítines.  El candidato decía que no podía hacerse cargo de un crimen hecho por alguien que podría estar perturbado mentalmente según informaciones extraoficiales, pero (PERO) quizá su acción haya sido una reacción extrema pero lógica a una problemática que nadie se hizo cargo, que el estado estaba metiendo dinero en ayudas sociales que no daban resultado, eso a larga molestaba a ciudadanos preocupados por el uso de los impuestos... apagó la tele. Ella era una ciudadana que no estaba para ver esos juegos políticos.  Pensó en el agresor del transantiago... ¿sería un ciudadano preocupado?

Dejó de pensar en eso ya que justo recibió respuesta de Osman y luego de una breve conversación ya tenía planes para el viernes.

Pareciera que la vida es irónica y nos permite hacer alegres planes futuros, pero después encuentra maneras para mancharlos.  Marcia no sabía la tempestad que se avecinaba y que ella estaría en el lado más feroz.-


Continuará...

[Parte 1: Irma]

[Pronto Parte 3: Pedro...]


domingo, junio 13, 2021

Zumbidos

Estuve poniendo mascarillas a modo de actualización de un cuento largo que inicié en junio del 2019, dejo acá la primera parte del capítulo 1 de: Los zumbidos previos a la destrucción (codename: FobiaTV)

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 Los zumbidos previos a la destrucción

// VicR


—Capítulo 1: Señales de violencia—



Irma


Irma volvía del trabajo por la misma ruta de siempre con los audífonos en sus oídos.  Escuchaba música caminando a paso ligero con sus zapatillas fosforescentes que usaba al salir del trabajo.  Lo habitual era escuchar los programas de la radio de la hora del taco, pero hoy todos hablaban del tipo apaleado en la calle hasta la muerte en un barrio residencial. La noticia la había dejado descompuesta y más al hablar con sus compañeros de trabajo que tenían visiones distintas y uno incluso hasta justificaba el crimen.  Marcia, su amiga del trabajo, dijo que esa opinión de Pedro era propia de su cabeza cuadrada de facho pobre que no podía entender que había gente sufriendo el sistema implantado en la dictadura. Era lo más sensato que le había escuchado a ella, que casi siempre tenía opiniones impopulares, aunque claro, siempre eran contrarias a las de Pedro.

En su ruta pasaba junto a una plazoleta y ahora dirigió sus pasos a las carpas de unos indigentes que vivían allí.  Sacó de su bolso una caja de plumavit blanca donde traía un trozo de un sanguche del que comió la mitad antes de tomar el metro que la dejó en la estación de la que había salido hacía pocos minutos.  Dejó la caja junto al cierre de la carpa, se quitó el audífono del oído derecho y preguntó:

—¿Jenny, estás? —esperó una respuesta, miró a las otras carpas. De la más alejada salió un hombre que por lo que sabía también se llamaba Pedro, tambaleando. Le habló, pero este ni siquiera se detuvo, siguió hasta un árbol y allí se sentó sin mirar a nadie. Siempre estaba con una sucia mascarilla mal puesta, hoy la tenía en la papada.  A ese Pedro ella lo había visto volado en otras ocasiones y no dudó de que estuviera en ese estado ahora. Volvió a preguntar por Jenny y a pesar de no tener respuesta decidió dejar la cajita dentro de la carpa. Levantó un poco el cierre de la entrada, lo suficiente para meter la caja y un olor rancio salió del interior y la hizo respingar, extrañó su mascarilla que había guardado al salir de la estación del metro en su bolso, solo la usaba en lugares con aglomeración de gente como era la recomendación sanitaria vigente.

Algunas de las personas que pasaban por ahí la observaron, algunas con atención quizá porque vestía la tenida institucional.  Pensó que más de alguno la pudo reconocer como parte del personal de una empresa de cobranza y de seguro trataría de hacerse el gracioso contando un chiste sobre su presencia allí.  Lo bueno es que nadie le tomó una foto por lo que pudo ver, si la subían a las redes sociales podría traerle problemas en el trabajo. Se levantó, limpió sus rodillas y volvió a caminar rumbo al edificio donde vivía.

No se preocupó por Jenny, no era la primera vez en esos siete meses que ella no estaba. No siempre le dejaba comida, era sólo cuando le quedaba algo y en parte era por algo que siempre su mamá le decía que tratara de hacer el bien y Dios le daría una recompensa.  Era el tipo de cosas que decía alguien del sur del país que se hubiese criado en un ambiente religioso, ella hacía esa distinción ya que desde que había llegado a trabajar a la capital ocho meses atrás, lo primero que le sorprendió fue encontrar a gente más individualista y que reemplazaban el ir a misa los domingos con el ir de shopping, gente que parecía no darse cuenta de las carpas o simples cajas de cartones que había en plazas céntricas con gente pobre viviendo allí.  «No había ni oraciones para ellos», pensó.  Pero también sabía que en medio de la pandemia la gente empezó a concentrarse en ella misma y su grupo familiar, las ayudas estatales no llegaban y preferían guardar cosas antes que compartir.  Ella misma lo vivió en su ciudad, con su familia.

Cuando se ponía muy dura con sus apreciaciones de la vida trataba de expiar alguna culpa haciendo algún bien. Como lo hacía con Jenny a quien conoció una vez y se sorprendió al darse cuenta de que tenía la misma edad que ella, pero con una vida opuesta a la suya, tan difícil, cuya crueldad la empujó a vivir allí.  Lo conversó el día después con Marcia y ella le dijo «¿Y vo’ te crei’ todo, huasa?», luego la reprendió diciéndole que estaba creando gente cómoda que lo único que hacía era inventar historias tristes para que la gente le diera algo, que ella había caído.  Esa vez no estuvo Pedro, el otro, el compañero de trabajo del que, le parecía, Marcia estaba enganchada, quizá habría estado de acuerdo con lo que ella le dijo.

Volvió a pensar en Jenny cuando subió al ascensor del edificio donde estaba su departamento. Allí la temperatura era cálida y se preguntó cómo lo haría Jenny con lo frío que se ponían las tardes. ¿Estaría bien de salud? Preguntas que nacieron además cuando recordó que el tipo apaleado de la noticia del día era un indigente y que Pedro consideraba que ellos debían estar conscientes de los riesgos que tenía vivir en la calle.  Al salir del ascensor guardó los audífonos en el bolso y en el fondo del mismo buscó las llaves de su departamento.

Cuando abría la puerta escuchó que, tras ella, al final del pasillo, otra puerta se abría, se volteó a ver y era la señora Juana que miraba a quién llegaba, como siempre.  Irma la saludó con su nombre, una sonrisa afable y un movimiento de su mano libre del bolso. La señora Juana, una vieja menudita de pelo blanco y un vestido florido, sólo le respondió con un asentimiento de cabeza.

¿La miraba a ella o en realidad tenía miedo de posibles ladrones como le dijo el conserje del edificio? Marcia le dijo que esa señora de seguro debía ser copuchenta y que la espiaba a ella para saber si venía con alguien.  «Son así esas viejitas, tú eres su teleserie de la tarde».

Dejó en el sillón su bolso y fue a encender su computador.  Uno de esos tarros con un monitor de 19 pulgadas que además usaba de televisor ya que, en su pequeño departamento, de menos de 30 metros cuadrados, este estaba frente a su cama. En otros días habría puesto el noticiero de una página de un canal de noticias, pero temía encontrarse con la noticia del día.  Pensaba que la dejaría más mal y tendría pesadillas en la noche. Puso una lista de canciones en youtube y abrió su facebook que cerró al instante al ver que tenía muchos mensajes sin responder, llevaba tiempo pensando en algunos mensajes, pero sentía que aún no era el momento de responderlos. Después se cambió de ropa por un buzo para ir a cocinar su almuerzo para el día siguiente con las pocas energías que le quedaban.

A ratos, mientras cocinaba, oía las noticias del televisor del vecino a un volumen elevado, pensó que de cierta manera la gente se estaba envenenando con esas cosas. No era la primera vez que pensaba eso y no sería la última esa semana.


- - -> Fin 1era parte. Lo que viene en este capítulo: Marcia, Pedro y El otro Pedro.