martes, julio 20, 2021

Zumbidos - Parte 2

 Marcia


Antes de levantarse a pagar el café, que bebió afuera, en la pequeña «terraza» del pequeño local, Marcia miró una vez más el celular.  Ningún mensaje nuevo, ninguna comunicación desde media tarde.  La batería tenía poca carga y decidió que sólo lo usaría para ver la hora y esperar algún mensaje puntual.

Salió a la calle lavándose las manos con alcohol gel que había en un dispensador dentro del local, se abrochó el abrigo largo que usaba no por frío, sino para ocultar su tenida de trabajo y se dirigió al paradero del transantiago. Pasó junto a un Pub, miró rápidamente al interior y no vió a quién buscaba.  No estaba Pedro. Su desilusión se mezclaba con preocupación.

En un mensaje por chat, posterior al acuerdo de encuentro de la tarde en ese pub, él manifestó que tenía dolor de cabeza y sentía ardor en los ojos.  Ni siquiera sabía si podría completar el turno y cruzaba los dedos para que no apareciera una incidencia en la tarde que le exigiera demasiada atención.  Si fuese otro día ella habría bromeado diciendo que los de Soporte Informático nunca les había gustado trabajar, pero en la hora de colación luego que se fuera Irma ella se enteró de las preocupaciones laborales de él.

En ese rato de colación vio que él trataba de pelar al jefe pero no podía teniendo cerca gente de otras áreas. «Mejor lo conversamos con unas chelitas», dijo ella y la confirmación llegó después por el chat de la empresa. Allí conversaron otro poco hasta que él le contó algunas incertidumbres laborales muy ácidas y oscuras que en momentos se perdían en quejas incoherentes contra extranjeros.  Eran comentarios que otras veces ya se los había escuchado y que cuando ella dijo «Qué estai diciendo?» por cuarta vez, él le habló de sus malestares físicos.

En el paradero mandó un mensaje a Pedro preguntándole cómo estaba y esperó unos minutos, mirando el celular de tanto en tanto, para ver si respondía. Nada. En eso llegó su bus de transantiago, sacó una mascarilla del bolsillo de la chaqueta y se la puso.

El chofer estacionó el vehículo, pero no abrió las puertas inmediatamente.  Marcia creyó que no lo haría y se iría como pasaba a veces. Pero luego de un minuto eterno se abrió la puerta del final, de allí bajaron tres personas y dos subieron sin pagar. Los tres que bajaron se quedaron mirando al centro del bus, Marcia también lo hizo y vio que había una pelea. Se abrieron las puertas y salió un grupo de seis personas.  Tres eran haitianos, uno se apretaba la nariz, le sangraba y la mascarilla que llevaba estaba manchada. Inmediatamente se cerraron esas puertas y los del grupo que no eran haitianos se fueron a las puertas y empezaron a gritar y hacer gestos a los que quedaron.  En eso se abrió la puerta delantera, Marcia que estaba junto a esa puerta entró, pasó la tarjeta bip y se quedó en el pasillo del inicio, esperando que se desocupara el asiento que le gustaba ocupar, uno cerca de la ventana donde podía sacar el celular sin miedo a un lanzazo. Se notaba la tensión en el interior del bus.  Escuchó gritos desde el fondo. «¡No bajaron todos!», gritaba una mujer.  El chofer gritó «¡No importa, se acabó la pelea!».

Marcia pensó que en algún momento de su viaje de 40 minutos se enteraría de lo que había pasado.  Lo que ocurrió e hizo que se olvidara de Pedro porque lo asoció con el tipo de sujetos que había empezado la pelea en ese bus.

Lo que supo escuchando a la gente es que había comenzado con un tipo que en principio hablaba en voz alta enojado porque un haitiano iba sentado en un asiento del bus. Consideraba que era injusto con los chilenos y que lo debía entregar, que su esposa (o acompañante) le pedía que se calmara y él haitiano reaccionó tomándole el codo cuando el tipo empujó a la mujer para que no se metiera.  El tipo se puso colorado y le dio un puñetazo en la nariz al haitiano.  Ahí se metieron otros a separarlo e increparlo. Pidieron al chofer que parara para bajar al agredido y al agresor, también para llamar a carabineros, pero el chofer decidió continuar hasta la parada y allí por el tumulto, bajaron los que separaron al agredido. El agresor continuó otras paradas en el bus, la mujer trataba de controlarlo.  Marcia lo logró ver y su cara le causó miedo. La ausencia de mascarilla dejaba verle una sonrisa de satisfacción que resultaba ofensiva, parecía de un psicópata.

Se preguntó si Pedro llevaría su odio a eso, creía que no. 

«¿Y por qué me estoy preocupando por él ahora? Maldita Irma que me metiste ideas en la cabeza... si estaba tan tranquila».

Salía los fines de semana a carretear y podía desconectarse totalmente del trabajo, aunque fue en el trabajo donde se hizo amiga de unas telefonistas colombianas buenas para el carrete.  Fue cuando el call center todavía estaba en el tercer piso de la empresa. Conoció a harta gente, salía a fiestas con las colombianas, ocasiones en las que se sumaban otros telefonistas extranjeros. En distintas fechas, llegó a pinchar.  Del que mejores recuerdos tenía era de Osman, él era un venezolano siempre simpático, buena dicción, que besaba muy rico y nada vergonzoso al salir a bailar.  Las colombianas eran distintas a Irma que aún no se sacaba todo lo santurrona que se mostraba al principio, hasta ahora seguía sin querer salir a carretear.

Las colombianas y Osman fueron parte de los 40 telefonistas despedidos; su área se tercerizó, luego se redujo el área de Pedro. El jefe del área administrativa donde trabajaba Irma y ella, les dijo que no tuvieran miedo, que su área no peligraba en la reestructuración, que incluso era posible que contrataran más gente.  Muy diferente de lo que le dijeron a Pedro, su área reducida a él y dos más era posible que desapareciera, aunque nada claro, en dos meses le deberían informar la resolución.

Sacó su teléfono, vio si la batería le alcanzaba para enviar unos mensajes y le escribió un saludo a las colombianas y les preguntó si tenían planes para el viernes.  En el whatsapp buscó a Osman y vio que había cambiado su foto, tenía una chaqueta con el nombre de un call center.  Se alegró por él y le mando un mensaje, «Holaaaa…. qué contai?».

Llegó a su casa, saludó a sus papás que estaban acostados viendo un programa de concursos, se fue a su pieza donde puso a cargar su teléfono y prendió la tele.

En un canal entrevistaban al eterno candidato ultraconservador porque en la tarde habían dado con uno de los asesinos del indigente, el que había sido visto en uno de sus mítines.  El candidato decía que no podía hacerse cargo de un crimen hecho por alguien que podría estar perturbado mentalmente según informaciones extraoficiales, pero (PERO) quizá su acción haya sido una reacción extrema pero lógica a una problemática que nadie se hizo cargo, que el estado estaba metiendo dinero en ayudas sociales que no daban resultado, eso a larga molestaba a ciudadanos preocupados por el uso de los impuestos... apagó la tele. Ella era una ciudadana que no estaba para ver esos juegos políticos.  Pensó en el agresor del transantiago... ¿sería un ciudadano preocupado?

Dejó de pensar en eso ya que justo recibió respuesta de Osman y luego de una breve conversación ya tenía planes para el viernes.

Pareciera que la vida es irónica y nos permite hacer alegres planes futuros, pero después encuentra maneras para mancharlos.  Marcia no sabía la tempestad que se avecinaba y que ella estaría en el lado más feroz.-


Continuará...

[Parte 1: Irma]

[Pronto Parte 3: Pedro...]


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