sábado, abril 30, 2022

Zumbidos - Intertanto I - La fiesta

 (Manuel, Yazmin, Lucas)


—Ya, ¿pero hablaste con él? ¿Cómo sabes que sigue enojado? 

—No lo sé… pero no es la primera vez que hace algo así…

—¿Tú creí? ¿Después de lo que pasó? Yo encuentro que esta semana Carloncho anda bien cortante, más de lo que sería entendible.

—¡Qué es lento este ascensor! ...Y si llamamos desde acá al Carlos y le contamos que tendremos una videollamada a Arica con la Emilia, capaz que se quiera sumar por Zoom. De paso se agüena con Héctor. 

—¿Saben que…? Creo que llegamos hace rato y este ascensor no prende ninguna luz de aviso. Y sobre el Carlos...

—Voh veniai callado todo el rato… ¿También estás enojado con Héctor? Oye, tu parka está super mojada….

—¿Manu, creí que me hubiese molestado en venir si estuviera enojado...? Hace rato que quiero hablar y vos no te callaí. Ábrete la reja y mira en cual piso estamos, mejor. Pasame las cervezas.

—Oye, sí, te mojaste harto, Lucas. Y en serio ¿también andas enojado?

—No, Yaz. No estoy enojado. Sí, la lluvia me agarró en el paradero. Pero de eso no quiero hablar ahora. Lo que quería decir, antes que cambien el tema es que si se han fijado en el ambiente raro que hay en estos días… en la calle, en los negocios, en la U. ¿Manuel te ayudo?

—Nop… recién me di cuenta como abrir la reja de este viejo ascensor. Y…

Manuel enfocó la mirada buscando un indicio de dónde estaban, porque era claro que no estaban todavía en el primer piso.  El pasillo tenía un problema de iluminación y su piso de cerámicas oscuras y la pared media azul fue un obstáculo para encontrar el número del piso.  Mientras escuchaba a Lucas decir su teoría.

—Creo que los efectos de la pandemia, el encierro y quizá que más tiene a la gente molesta desde que empezamos a hacer vida normal o desde antes. Pero en esta semana hay algo raro. Incluso Emilia dice que en Arica la cosa no anda muy bien, anda belicosa la gente.

—¿Hablaí con Emilia?

Manuel notó que Yazmin pronunció el nombre de manera muy fría. Hizo una nota mental para preguntar después.

—Ahora yo te ayudo con las cervezas, Lucas. Tenías razón, llegamos al piso 7 hace rato. Apenas se ve el número.

—Cierra la reja primero. Si no queda bloqueado el ascensor.

—Que te manejai con estos cacharros.

—Yaz, siempre hablo con Emilia. Pero antes de que cambien el tema, quiero plantear que ¿Que tal que sí hay una variante del Covid que nos hace ponernos violentos? Dicen que la gente que perdía el olfato u otro sentido se ponía más brusca y se molestaba por todo. Capaz que hay otra variante.

—No hueí puh, hueón… ¿Otra vez nos van a encerrar?

—No sé, Manu y si Lucas tiene razón.

—Voh le creí con facilidad… 

Se rieron los tres, pero a Manuel le pareció que la risa de Yaz era diferente y que Lucas la miraba con delicadeza…  “Tení celos de la Emilia”, se dijo Manuel y se preguntó si debía decirle a Lucas. Aunque ahora que lo pensaba Lucas no era de los que iban a las juntas, porque vivía muy lejos, decía simpre.

—¿Y cómo es que te decidiste a venir, Lucas? Vo’ siempre te quejai de lo lejos que vivimos en Concepción y hablai pestes de Conce, que no te gusta nada.

—¿No te gusta Concepción?

—Ehhh… No, Yaz. El hueón del Manuel le está poniendo color y cambiando de tema, ¿qué haremos con Carlos?

—Buena, hueón… Por fin, llegamos a este lugar de encuentro y mala música. Y, por cierto, Lucas, la Yaz se conoce Concepción y Talcahuano al revés y al derecho, ella te puede decir dónde encontrar las cosas buenas.

Manuel con su mano izquierda se puso a tocar el timbre y con la derecha golpeaba con los nudillos la puerta.

El último comentario dejó en silencio a Lucas.

—¿Te ayudo con eso, Lucas?

—¿Cómo?

—Con una caja de cervezas, el Manu te apiló todas y ni te diste cuenta. Está como loco tocando la puerta.

—Aaahh, antes mándale un mensaje al Héctor y dile que estamos en la puerta. Con la música tan fuerte no escucha nada, parece.

—Buena idea —le guiñó un ojo y se puso a escribir sin darse cuenta el efecto que causó en Lucas con ese gesto.

La puerta se abrió, dejando a Manuel golpeando el aire.

—¡Héctor!

—Aburrete Manuel Manolo Malón… Siempre hací lo mismo. ¿Y esto? Tenemos visitas del Hualpenino.

—Traiguenino y la boca te queda ahí mismo —dijo Lucas. Yazmin se rió.

—¡Y también la compañera risueña! ¿Y porque tan risueña?

—Supieras —dijo Manuel ganándose las miradas de Lucas y Yazmin.

—Me estabas escribiendo... bueno, ya estoy acá. Chicos entren… Veamos si ustedes pueden cambiar el ambiente. No sé qué bicho picó al Flavio.  Por eso no venía a abrir se puso a reclamar por el timbre.

—¿Y no te reclamó por la música? Debe estar enfermo.

—¿Qué tení contra la música o vino el DJ Manolo, ah?

Entraron al departamento. Había unas quince personas, en pequeños grupos. Unos miraron a Manuel que se fue al equipo de música, otros conversaban entre ellos dando miradas al balcón donde había dos personas discutiendo. Uno era Flavio, tenía unos audífonos puestos, la otra persona no la ubicaban, quizá era su polola. Detrás de él se veían nubarrones negros y una parte del Cerro Caracol.

En la mesita de centro había cervezas en latas y cigarros encendidos en el cenicero. En la mesa del comedor había más cervezas, bebidas, galletas y papas fritas. En el mesón de la cocina americana había unos limones y una botella de tequila. Junto a la entrada había un perchero con la mitad de las casacas, parkas de los asistentes y la otra mitad estaban sobre una silla junto a la mesa del comedor.  Próximo al perchero había un porta llaves en el que habían colgado mascarillas nuevas y sin usar.

Yazmin y Lucas fueron al refrigerador con Héctor para guardar algunas cervezas.

—Oye Héctor, ¿Cómo es eso de que está raro el ambiente?

—No sé cómo decirlo, Yaz. Andan todos medios hueones.

—¿Qué tratas de decir? —preguntó Lucas.

—Es como que todos anduvieran cortos de genio. Reaccionando mal al menor estímulo.

Yazmin y Lucas se miraron. Luego sin hablar miraron a Manuel que cambiaba canciones cada cinco segundos en el equipo de música.  Vieron que una persona que no conocían fue a hablar con Manuel. Su postura mostraba que estaba molesto.  Héctor fue también allí.

—¿Qué huea? Esto huele mal, Yaz.

—Sí, Lucas. ¿Qué hacemos?

García, que fue la manera como lo llamó Héctor, le lanzó un golpe al pecho a Manuel que lo observó sorprendido. 

—Uff… ¿Vayámonos ahora?

—¿Y Manuel?

—Preguntémosle.

Mientras tanto en el balcón la discusión había empeorado, la polola de Flavio le lanzó una cachetada, pero Flavio le atrapó el brazo.  El grupito que los observaba fue hacia el balcón.

—¡Héctor, no está bien el ambiente! ¡Nos iremos! —le gritó Lucas. Héctor asintió, se veía tranquilo más que la semana anterior cuando detuvo la pelea de Carlos con el Profe de Cálculo.

Esa vez Carlos discutió con el profe por un trabajo. La discusión subió de voltaje y Carlos terminó dándole un puñetazo en la cara al profe.  Héctor intervino, pegándole a Carlos.  Y se pegaron entre ellos.  Carlos terminó con la nariz rota y se ausentó de la U toda la semana.  No querían más peleas.

—Manuel, ¿vámonos?

—No. No. No. Yo no le tengo miedo a nadie. No me voy, hasta que todos escuchen buena música.

García protestó. Héctor le pedía calma.  En el balcón el grupito hablaba con Flavio.

Yazmin y Lucas salieron sin despedirse.

—Me enferman las peleas. Me dejó traumada ver a Carloncho con su ropa toda ensangrentada la semana pasada. No quiero ver eso de nuevo. ¿Y qué pasa con ese tal García y Flavio?

—No sé, Yaz.

—¿Y a dónde vamos?

—Tampoco lo sé. Lo que me gustaría es ir a un café donde pueda poner a secar esta parka mojada antes de devolverme a Hualpén.

—Pues, vamos. Yo conozco un buen lugar.

Ambos sonrieron. Ambos tuvieron un poco de alegría y calma esa noche, antes de que todo estallara.


* * * [Fin Intertanto I] * * *

[Continuará Intertanto II y Capitulo 3]

[--Nota 1: Mientras releía y releía lo que ya tengo escrito para saber si había problemas, me di cuenta de que solo eran vaguedades lo que dicen algunos personajes respecto a la situación en el resto del país. Pensé que podía contar otras cosas con unos personajes haciendo videollamadas, intercambio de mensajes por whatsapp y simples llamadas y luego interconectar todo. --]

[--Nota 2: Para darle más fluides a este capítulo intermedio escribí más diálogos y bueno, todos los diálogos están escritos en el "castellanus chilensis" que tenemos. ;-) --]

viernes, febrero 18, 2022

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 4

 Raúl


Fumaba su cuarto cigarrillo en el pequeño patio junto a la cocina del Hospital Psiquiátrico San Emesa. Era un triángulo con baldosas descoloridas, con pasto alrededor del cerco, en un par de postes había unos cordeles tensados donde colgaban paños y estropajos que posiblemente lavaban en el pilón de cemento donde una llave en mal estado goteaba agua de forma continua, frente a este y en la punta del patio estaba la banca donde Raúl ya no se quería volver a sentar, bajo ella iba tirando las colillas. Ahora mientras botaba el humo pensaba en irse pronto de allí, los gritos desgarradores de algunos pacientes que en principio le incomodaban ahora le crispaban los nervios.

A un lado de la cerca del patio estaba el estacionamiento interno y hacía allí miraba a ratos Raúl porque junto a un furgón negro (fuera de lugar) estaba el auto rojo cereza del director del hospital, quién le había prometido una entrevista y no quería que se fuera sin darsela.

Al otro lado del patio se veía una parte del gimnasio del hospital y más allá una sección de cuatro pisos con ventanas enrejadas. De una de esas ventanas salían los alaridos.

Al iniciar la espera allí Raúl estuvo sentado en la banca pensando en cómo podría llegar un paciente a ese patio para poder escapar por la punta del triángulo que daba a un muro bajo y que al otro lado estaba la calle que lo podría llevar lejos, eso si no estuvieran sedados. Quizá era muy optimista y lo pensaba porque él estaba en buen estado físico y saltar el muro era algo que él podría hacer.  Después volvía a pensar en lo que lo tenía en ese hospital psiquiátrico: el asesino del vagabundo.

En su último contacto telefónico con un canal de televisión contó lo poco que sabía, inventando procedimientos para rellenar, ya tendría tiempo de corregirlo como si le hubiesen dado una mala información. Ahora esperaba que le avisaran cuando el director estuviera listo para recibirlo como lo había prometido casi una hora atrás para tratar precisamente esos procedimientos y explicar la presencia de cierto médico especialista que se encontraba apoyando la evaluación del asesino. Había puesto un breve antecedente de ello en su blog. (Su blog no era simplemente un informativo para sus lectores —bordeado de recuadros publicitarios— también era la vitrina para que lo contactaran diarios, tv o radios —aunque estos últimos no pagaban muy bien—).

La noche anterior tuvo la suerte de estar en la comisaría donde tenían detenido al asesino del vagabundo y pudo ver cuando lo sacaban para llevarlo a un furgón policial. Conversó con uno de los oficiales que conocía y este le dijo que lo llevaban al psiquiátrico porque había una eminencia extranjera que podría dar un diagnóstico preciso de lo que sucedía. Era raro y sabroso por decir lo menos.

Hoy era un día tremendamente noticioso, sin embargo, creía estar en el lugar indicado a pesar de llamadas de colegas que le contaban hechos que habían visto in situ: Personas de piel verde en actitudes violentas impropias a lo normal. Era lo que se repetía con variantes, precisiones o imprecisiones, que no era un tono verde fuerte, ni tampoco era un tono cadavérico, era otra cosa, un tono enfermo, quizá cadavérico. Él había visto ese tono de piel en el asesino cuando lo llevaban al furgón, no le había prestado mucha atención anoche (pensó que podía ser la iluminación), pero con lo que había estado escuchando esa mañana sabía que tenía relación. Se alegró de estar en el Psiquiátrico San Emesa, tenía la corazonada que obtendría el golpe noticioso.

En eso escuchó un rumor ensordecedor. Seis ruidosos camiones con contenedores blancos tomaron posición en el lado este y sur de la manzana, por su altura le eran visibles a Raúl desde el lugar en que estaba. Un séptimo camión entró al área vacía del estacionamiento. Un conductor en traje militar salió del furgón negro que había estado todo ese rato allí. Del techo de la carrocería de un camión que estaba en la calle salió una antena parabólica.

—¿Llegaron más gringos? —escuchó a su espalda.

Creyendo que lo iban a buscar, Raúl estiró su chaqueta y corbata antes de dar la vuelta. El recién llegado era un joven de jeans, camisa manga corta y sin corbata, una credencial le colgaba del cuello. En una mano tenía un cigarrillo y con la otra se revisaba los bolsillos.

—¿Te prestó el encendedor? —le preguntó Raúl, ofreciendo el suyo.

Mientras el joven trataba de encender el cigarrillo, Raúl miró la credencial buscando su nombre y sólo vió la tarjeta Bip! que llevaba en el lado interior. El joven la giró con la misma mano que tenía el cigarrillo, mostrándola brevemente y Raúl vio el logo de una empresa informática.

—Gracias, me llamo Juan —dijo entregándole el encendedor—. No me gusta que la gente vea el nombre en la credencial y me hable como si me conociera interrumpiendo mi trabajo. ¿Y tú quién eres?

—Raúl… ¿Mucha pega hoy?

—Unas cosas simples, pero tan necesarias que de la empresa me fueron a buscar a la casa y me trajeron hasta acá, afuera está la zorra y no sé por qué están los gringos metidos.

—¿Cómo así?

—Tuve que cambiar el AP de este hospital a uno gringo usando un VPN gringo. Creo que es para traspasar la información a ellos.

—Ya veo, punto de acceso y túneles virtuales, ¿eso?

—Sí… ese tipo de cosas, después iré a otro lado. ¿En qué trabajas tú acá?

—Relaciones Públicas. Enlace con noticias… Por ejemplo ahora necesito hacer un informe sobre el asesino del vagabundo que trajeron para acá.

—No tengo idea de qué me hablas, no veo noticias.

—Un caso que creo, o apuesto, que fue el primer caso de los que estamos viendo hoy y que pueden haber más.

—¿Qué pueden haber más casos de violencia? Sí, claro que sí, va a quedar la cagá, poh. A mi me trajeron un furgón negro como el que está afuera. Tengo colegas que están en lo mismo en unos bancos, me dijeron que hay militares chilenos y gringos trabajando en conjunto. Va a quedar la gran cagá… el estallido social será recordado como un chiste.

—¿Militares gringos? Necesito ir a hablar con el Director de este recinto, necesito confirmar eso. Deberé ir a otros lados

—¿Necesito? ¿Recinto? ¿No trabajas acá…? ¿Quién eres, hueón?

—Lo siento… Soy periodista, un tipo de Relaciones Públicas —sonrió—. Tranquilo, no te pondré en problemas.

—No, hueón. Yo no tendré problemas, tú los vas a tener. Este lugar va a ser controlado por los gringos. Ya los hay junto a los ascensores. No creo que puedas irte…

—Buscaré al Director, él sabe que estoy acá.

—Mira, hay dos posibilidades… que te dejen ir por las buenas o tengas que tratar de irte por las malas. Me vendrán a buscar para ir a otro hospital. Tu debes empezar a ver como irte de acá, mejor. Veo difícil que puedas convencer a los gringos —tiró la colilla al suelo y la apagó con el pie.

Raúl se despidió agradeciendo el consejo, aunque en realidad no estaba muy preocupado si lo retenían, lo que le interesaba más era saber lo que estaba ocurriendo allí. Que se estuviera llenando de fuerzas militares extranjeras le hacía suponer que era una especie de contagio, como en las películas… La historia era demasiado sabrosa para soltarla tan pronto. Tener contacto con la milicia gringa y su información le haría ganar ventaja para ofrecer los reportajes y poner el valor de ellos. ¿Estaría el “paciente cero” allí? ¿O estaría dejando volar su imaginación?

Lo mejor era ponerse en movimiento. Pasó por la cocina donde seguía al solitario cocinero que había visto antes de ir a fumar al lado. Ésta vez se veía algo amurrado observando un par de ollas al fuego, de una ellas salía el olor a frutas cocidas. De allí tomó el pasillo que lo llevaban a las escaleras que se conectaban con el segundo piso donde estaba la sala de reuniones que los doctores usaban para discutir, debatir o hasta chismorrear las situaciones de los internos del psiquiatríco.

Raúl subió las escaleras y, a pesar del aviso de Juan, se sorprendió al ver un par de militares extranjeros en traje de camuflaje custodiando la puerta de la sala de reuniones. El soldado más cercano a él le hizo un gesto para que se acercara y el otro empuñó el rifle de asalto convenciendo a Raúl de ir donde ellos.

—¡Identifíquese! —le pidió el soldado en un español correcto, con el seseo que él asoció a un jugador de fútbol español. No había razón para mentir, no estaban las condiciones para aquello, por lo que mostró su credencial de corresponsal. El soldado con su rifle lo apuntó al pecho, estaba por levantar las manos cuando se abrió la puerta y un trío de personas se sumó a su inspección de identidad.

El director era uno de ellos y le dijo a un tipo trajeado con unas carpetas bajo el brazo y al militar de rango alto:

—Es un periodista, ¿Cómo actuamos en este caso?

—Saquenlo de aquí. —Dijo una voz del interior en un mal español. Era un militar extranjero.

—Trabaja para diferentes medios… —añadió el director. A Raúl no le gustó aquello.

—Al final del día no habrá a quién le importen las noticias —dijo el militar mascizo que había hablado antes. Raúl lo vio al acercarse un poco al umbral de la puerta.

—Yo tomaría detenido al huevoncito y lo metería en una de sus salas acolchadas. No me gustan los periodistas —aportó el militar chileno. Raúl lo conocía, era el Teniente Coronel que supo mantenerse en el cargo y en la institución evadiendo su amistad y ciertos contactos cercanos con los comandantes y generales investigados por corrupción. Riquelme era su apellido.

—¿Me pueden decir que está pasando?¿Qué están haciendo aquí?

Riquelme se rio.

—No creo que sea bueno que lo sepa —dijo el Director.

—Su país se matara entre sí. Se volvió loca la gente con las antenas de los canales de televisión y de radio. No, no fue un accidente. Los dueños de los canales compraron la tecnología.

Era un mal español del militar y Raúl estuvo a punto de reír pero vio el miedo en el rostro del director, la sorpresa en el tipo trajeado y la malicia en el militar chileno. Este último añadió:

—Vaya, vaya. Me parece que lo que ya sabe lo transforma en un peligro. Es mejor que sea detenido.

—¡¿Qué?! ¡Solo han dicho tonterías! —Los dos soldados que custodiaban la entrada dieron un paso atrás y ambos lo apuntaron con sus armas. El tipo trajeado movía la cabeza de manera negativa. Riquelme volvió a hablar.

—¡Usted conoce información que consideramos secreta y que puede influir en las actividades militares y policiales que se llevarán a cabo hoy!

—¡Qué tontera está hablando! —Raúl a pesar de la amenaza de los soldados dio un paso adelante y vio que en el interior de la sala había otro tipo de traje, grueso, canoso, que estaba ausente de todo mirando el contenido de unas carpetas. La eminencia extranjera. —¿Quién es usted?¿Qué hace en este lugar?

—¿Quiere más detalles? —dijo Riquelme— Bien. Las antenas magnifican una señal que altera el cerebro de las personas… las amígdalas, el hipotálamo, que se yo… Esas cosas que ellos saben mejor que yo —dijo apuntando al director y a la eminencia médica, que ni por eso los miró—. Eso los hace receptivos a los estímulos y pueden terminar transformándose en bestias violentas. Interesante, ¿no?

A Raúl ya no le parecía una locura viendo la cara de las otras personas.

—Ahora con mayor razón debes ser detenido.

Raúl miró las carpetas en la mano del tipo trajeado imaginando que todos los detalles estaban allí, tan solo a dos pasos de él. Si pudiera tenerlos podría fundamentar la historia. Se interponía el Teniente Coronel Riquelme. Atrás tenía los soldados que no dudarían en disparar, ¿o no?.

Pensó que Riquelme era más hábil con su locuacidad (con su blah-blah salió indemne de todo de todo lo que lo relacionaba con el traslado de maletines con dinero). Pensó todo eso en un segundo, rogando que sus clases de defensa personal le dieran una pequeña ventaja. 

Raúl dio dos pasos, empujando a Riquelme que cayó sobre el director y tomó al tipo trajeado jalandolo hacía sí en un movimiento que incluía una flexión de sus piernas (Clases de autodefensa. Si eres el tipo que investiga en ambientes peligrosos, es mejor saber ciertas cosas para sobrevivir). Con ese movimiento hizo cruzar el umbral al tipo trajeado y lo dejó justo a los pies de uno de los soldados. El tipo era importante, los soldados bajaron las armas y Raúl salió corriendo hacía las escaleras con una de las carpetas en la mano. Escuchó disparos, pero no se detuvo. Ahora sí que no habría duda de que lo encerrarían si lo detenían.  

Corrió por los pasillos visualizando la banca y el muro que necesitaba cruzar. Corrió sabiendo que en sus manos  tenía la información que validaba la historia que acababa de escuchar. Si lograba cruzar el muro podría contar su contenido… ¿Sería verdad que el país se terminaría matando los unos con los otros? …esperaba que no fuera verdad, esperaba salir con vida de allí. Corrió.


* * *


[Fin capítulo 2]

[Anterior: Cap 2 - Parte 3 - Pedro]

[Siguiente: Pronto "Irma y Marcia"]


miércoles, octubre 27, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 3

 Pedro


Golpeaban la puerta otra vez.

Al abrir los ojos entró la luz junto al dolor que atravesó cada nervio detrás de sus ojos hasta que chocó en la pared interna de su cráneo, rebotó y se esparció. A cada rebote una oleada de dolor.  Y a cada golpe de la puerta las partículas de luz se sacudían y continuaban rebotando dentro de su cabeza. O por lo menos eso era lo que le parecía. Se puso en pie y tambaleando fue a abrir la puerta.

—¡Ya voy, ya voy! —gritó. Se buscó el reloj, no lo llevaba en la muñeca, sintió algo pegajoso en ellas y en los nudillos.  Pasó cerca del televisor apagado en ese momento, quiso encenderlo y volvieron a aporrear la puerta.

Con el picaporte en la mano tuvo la imagen de hacerlo en otra oportunidad. Se le presentó una imagen fría de la cual hasta podía respirar el hielo, una imagen de él abriendo la puerta y no estaba claro que ocurría después, ¿Estaba su vecino en esa imagen? La cara de la persona tras el hielo se veía borrosa, deformada.

Los amigos de verde, se alcanzó a decir al ver a la pareja de carabineros que estaban frente a él.  La luz detrás del pasillo se transformó en un centenar de golpes en su cabeza. 

—Necesitamos que nos acompañe.

Antes de salir se miró por si tenía puesto el pijama completo y vio que ni siquiera se había sacado la ropa.  Vió que tenía unas manchas escarlatas oscuras frescas sobre la polera. Sintió un vahído. Otra imagen deformada, esta vez de él infringiendo golpes.

—¿Pedro, se siente bien? —le preguntó uno de los carabineros.

Debe haber asentido, ya que lo tomaron de los codos y lo llevaron hasta el departamento de su vecino.  En la puerta había otro par de carabineros y adentro vio a unos enfermeros con mascarillas puestas cerca de un sillón.  Había ruido saliendo de una pieza, de un televisor encendido en bajo volumen. Escuchar ese sonido le dio alivio, las partículas de luz dejaron de chocar dentro de su cráneo.  Sus confusas ideas desaparecieron a medida que entraba en la sala del vecino. Había una idea más clara, sentía que ya sabía lo que tenía que hacer, solo que esa gente allí le molestaba.

Entraba luz del ventanal iluminando perfectamente la sala.  En el sillón estaba su vecino observándolo con un único ojo.  El otro lo tenía vendado. Los enfermeros guardaban sus cosas en sus maletas, le pareció mal que le dieran cuidados a un extranjero. 

Los carabineros que aún sujetaban a Pedro sintieron que este trataba de soltarse con pequeños movimientos. A ninguno de los dos le llamó la atención aquello, imaginaban que se pondría a la defensiva considerando el estado en el que había dejado a su vecino: una oreja rota, la nariz sangrante, el ojo amoratado y marcas de zapatos en el pecho (que ya sabían sería como los bototos que llevaba puestos). Cubierto con vendajes estaba ahora su vecino, pero la destrucción en el living seguía igual.  Adornos y cuadros de fotos que debían estar sobre la mesita del living estaban en el suelo, rotos.  

Su vecino había despertado herido, pudo moverse arrastrándose hasta encontrar su teléfono, un camino de gotas de sangre se perdía tras el sillón como prueba de aquello.  Llamó a carabineros y a la ambulancia.

Llegaron dos patrullas de la policía. La segunda llegó acompañando a la ambulancia por petición de clínicas y servicios de ambulancias ante los incidentes de violencia en la que se vieron agredidos parte del personal en la madrugada desde que empezaron los llamados por las peleas que siempre dejaban a alguien mal herido.  Esas peleas tenían sorprendidos a todos. Los carabineros que acompañaban a la ambulancia le mostraron el termo que tenían en su patrulla y sus colegas les dijeron que se tomaran el café tranquilos, que después podían subir, que ellos harían el procedimiento.

—Rara la mañana… Hay peleas en todos lados, ¿no? —habló un paramédico.

—Este es nuestro primer llamado, pero tenemos compañeros que nos han avisado de muchas otras.  Tal vez acá no sea nada —. Fue la respuesta del carabinero mirando a su compañera, buscando una afirmación.

No pensaban al llegar que se encontrarían con una persona golpeada de la manera en que sus compañeros habían estado contando que ocurría en algunas zonas de la ciudad, no era una simple pelea de una persona contra otra; era una pelea de una persona con un animal salvaje.

Mientras apretaban los codos de Pedro empezaron a sentir que éste estaba temblando, pero era más preciso decir que vibraba. Vieron que en su frente asomaron perlas de sudor y que tenía un tono enfermizo color verde en su piel.  Se habían percatado al sacarlo de su departamento que tenía una herida en su mano derecha, con unas manchas negruzcas de sangre coagulada, pero ahora notaron que en sus manos también tenía ese tono verde de una persona muerta.

Los enfermeros tenían la mirada fija en Pedro y ellos vieron como en su boca se formó una sonrisa distorsionada.  Además, hacía un leve movimiento de cabeza que parecía seguir el ritmo de lo que hablaban en el televisor encendido.

—¡Hey! ¡¿Le pasa algo?! —gritó un paramédico. Le parecía ver en el joven que habían ingresado otro caso de los que habían comentado sus compañeros.  Por el tono de piel, la mirada animal, el temblor.  Su colega sacó el teléfono para tomarle una foto.  El paciente en el sillón hizo con dificultad un sonido con su garganta y se llevó el brazo libre a la altura de los ojos.  Quiere evitar un fogonazo de luz, pensó el carabinero junto a Pedro.

—¡Pero qué mierda sucede! —exclamó la oficial. Sin soltar el codo ni dejar de mirar a Pedro retrocedió un paso, llevó su mano a la luma. Su compañero vio de reojo lo que ella estaba haciendo, sin saber por qué lo hacía. 

Lo sabría a las cuatro horas después, cuando despertara en el hospital.

El enfermero había comenzado a grabar cuando vio a la oficial con la luma en la mano.  Vio la cara de su compañero sin entender nada cuando Pedro se giró sobre sus talones y lo tomó de los hombros. En cámara lenta, horas después, vería la sorpresa en su rostro cuando fue arrojado a la pared.  Luego vino el sonido horrible.   

El enfermero durante el día vería varias veces el video, al mostrárselo a sus colegas y compartirlo en las redes, y seguiría sorprendiéndose del sonido, pero sintiéndose mal por haberse reído en el momento que ocurrió por pensar que era el sonido que decía que estaba hueca la cabeza del oficial. No era el único sonido, también la pared falsa sonó en ese momento.  Un sonido de astillas rompiéndose.  Pudo haber terminado muy mal para todos en ese momento.  La pose de Pedro vuelto un salvaje luego de esa maniobra parecía indicar que buscaba a su siguiente víctima. En el video se veía que los miraba con odio a ellos, los enfermeros y que se detenía un instante observando a su vecino herido.

La oficial no se había detenido, le daba lumazos en la espalda a Pedro y éste no se inmutaba. Luego le dio golpes a las sienes y los oídos de Pedro. Eso lo derrumbó y ella puso una rodilla en su espalda y volvió a golpearlo en la cabeza.

El otro paramédico fue donde el oficial caído, en ese momento entraban los otros oficiales quienes fueron donde la oficial a detenerla, para que dejara de golpear a Pedrp.  El enfermero que grababa le parecía tan irreal todo que creía ver una película en su celular en vez de aceptar que ocurría a pasos de él. Detuvo la grabación para ir a ayudar a su colega cuando este lo llamó (quizá por octava vez), teniendo que bajarse la mascarilla para gritarle.

El vecino de Pedro les dijo que había tenido un accidente y que lo disculparan porque iba al baño.  Nadie le prestó atención como tampoco nadie miraba a Pedro. Estaba inconsciente.  Las manchas de sangre de su oreja y sien rota ocultaban su rostro verdoso.

Fue después de vendar y darle una atención al oficial inconsciente que se preguntaron qué hacer con Pedro. Los carabineros que acompañaban a la ambulancia trataban de contactarse con la comisaría.  El enfermero que había estado grabando dijo que unos colegas estaban llevando a los violentos con las mismas características de Pedro al Recinto Psiquiátrico De Emesa.

Decidieron hacer dos viajes con la camilla. Uno para bajar a Pedro a un coche patrulla en el que lo llevarían al psiquiátrico y luego volvieron por el carabinero herido al que llevaron al hospital de su institución.  

Del vecino de Pedro nadie más se acordó.


* * *
[Capítulo anterior: Marcia]
[El capítulo 2 sigue con: Raúl...]

martes, octubre 19, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 2

Marcia


Marcia dejó su casa sin despedirse de su madre porque se había vuelto a dormir.   Su madre y padre se levantaban a las 5 de la mañana para tomar desayuno juntos, ella después se volvía a acostar y él se iba a una bodega que estaba a un par de cuadras de la casa donde trabajaba en la portería.  Un trabajo de medio tiempo con turnos de malos horarios que le permitía aumentar su pensión que era irrisoria. Marcia estaba molesta con la clase política que años y años discutían sobre las administradoras de fondos de pensiones, pero no había soluciones.

Aunque Marcia no creía en los políticos e incluso señalaba que no les encontraba nada de «honorables».  Ella estuvo unos años trabajando en un café de Santiago Centro donde era normal que llegaran parlamentarios. De paso oía sus conversaciones, veía sus actitudes y estas dejaban mucho que desear.  Escuchó en una ocasión como unos se ponían de acuerdo para aserrucharle el piso a un parlamentario nuevo. No, ella no creía en la buena voluntad de los políticos, los veía como personas que habían llegado para enriquecerse y ser empresarios, empresarios similares a esos que decían detestar sus malas prácticas. Ella los había escuchado planeando las mismas cosas. De honorables nada. No creía que alguna vez cambiaran algo.

Se habrán visto apremiados por las circunstancias con el estallido, pero también se fueron relajando con la irrupción de la Pandemia, autorizaron sacar plata de las AFP a los habitantes, sin embargo, no hubieron reformas para regularlas o eliminarlas, por lo que Marcía creía que se mantendrían en pie. La Hierba mala nunca muere. Podría pensar en Piñera y todo lo que había pasado con él, pero pensaba que no había que dedicarle ningún tipo de pensamiento. Ya detestaba a los políticos y los políticos empresarios pasaban a una categoría que ella llamaba: mierda al cuadrado.

En el paradero se encontró con más gente de lo habitual, pero no vio a quienes estaba acostumbrada a ver a esa hora ¿Se habrían enfermado?¿Tantos? 

Con las conversaciones de los que estaban allí se enteró de que los buses del transporte de transantiago no estaban trabajando en su totalidad. Había personas esperando mucho rato.  Había más rostros molestos en vez de los habituales rostros marcados por el sueño ese día.

Una muchacha joven se acercó a ella, primer rostro conocido que veía en el paradero.  En realidad, Marcia,  no era conversadora con la gente que en el paradero día a día, solo trataba de ser amable, ya que siendo amable podía, además, informarse si había pasado ya un recorrido del transantiago. A la muchacha la había visto antes pero nunca habían conversado hasta ahora.  

Ella tenía mucho que contar. Le dijo que había altercados en varios lados de la capital, que en algunos hasta los choferes de las micros fueron agredidos, que por eso había menos recorridos.  Primera vez que Marcia se quejó por no ver noticias.  ¿Sería tan grave como le contaba la muchacha?¿Un nuevo estallido social? 

Más de veinte minutos después apareció una micro con el recorrido de ambas. Un bus de diferente color con el número de la ruta en papeles pegados en las puertas y en el parabrisas.  Marcia y la muchacha se miraron y aceptaron que era la única manera de llegar a sus destinos.

Llegó después de la hora de entrada al trabajo con una sensación negativa a flor de piel. Pensando en todo lo que estaba ocurriendo y en cómo la muchacha empezó a cambiar su actitud tranquila dentro de la micro. Ambas ocuparon el espacio destinado a silla de ruedas, pero, a medida que se llenaba la micro, Marcia se cambió de lugar para estar más cerca de la salida para cuando le correspondiera bajar y la muchacha se puso audifonos para aislarse escuchando noticias.  Vio que una mujer canosa ocupó el lugar que había dejado.  Cuando estaba cerca de su paradero escuchó a  la muchacha discutir con la señora porque tenía un sanguche mordido. La muchacha estaba roja y soltaba cosas que parecían incoherencias, no pudo entender qué gritaba, pero su mirada rabiosa iba a la mujer y su sanguche.  La mujer canosa, le decía que se tranquilizara y guardó el sanguche en la bolsa que tenía en la mano. Marcia no pudo seguir viendo, le tocaba bajarse. Pero la escena se quedó con ella, en especial cómo había cambiado la muchacha y preguntándose de por qué ese arrebato.

La parada del transantiago la dejaba en la misma manzana en que estaba su trabajo y habitualmente la rodeaba caminando, encontrándose con ambulantes vendiendo sanguches, artículos para celulares, golosinas y los kioscos con diarios. Esta vez no había nada de eso, solo gente caminando apresurada para llegar a su oficina. Cuando dio vuelta la esquina y vio el cochepatrulla frente a la entrada de su oficina exclamó: «¡¿Qué hu’ea...?!»

La calle estaba menos concurrida por lo que destacaban los grupos de personas que había, todos de su empresa.  Fue al grupo más cercano en los que la mayoría estaba fumando.  No eran de su área pero esperaba tener información.  Uno de ellos empezó:

—Una pelea entre el venezolano del aseo y la recepcionista...

—Lo conozco, es tan tranquilo que no me lo imagino agrediendo a alguien o empezando una pelea…

—¡No! La comenzó ella… Igual él no se contuvo.

—Fue un campo de batalla —dijo otro de los que estaba fumando—, fue como lo que está pasando en otras comunas y ciudades.

—Y estaban tratando de decir que era un tema político. No veo a la recepcionista y al venezolano politizados.

—Eso porque nunca conversaste con el venezolano.

Mientras escuchaba la conversación y sin mirar el bolso metió la mano y sacó el teléfono, vio que tenía una llamada perdida de un número desconocido y un mensaje de Irma diciéndole que iba atrasada.  Le mandó un mensaje a ella.

Uno de los jóvenes pidió silencio moviendo la mano en la que tenía el cigarrillo, pidiendo silencio, mientras votaba el humo.

—Disimulen… llegó el jefe. De él es el BMW azul.

Más disimuló el jefe haciendo como que no los vio a ellos yendo directamente a la entrada a hablar con un carabinero.  Del grupo un tipo delgado y alto que había estado en silencio en ese rato fue hasta donde el jefe.  El joven que pidió silencio, les dijo antes de volver a dar una piteada a su cigarrillo:

—Ese es el subgerente de recursos humanos, lo conocemos porque sale a fumar con nosotros. —Todos asintieron.

No pasaron ni cinco minutos cuando el jefe volvió a su auto y se fue.  El de recursos humanos regresó al grupo y les dijo que si no se arreglaba la situación en una hora con los carabineros custodiando la entrada, y considerando los problemas que estaban ocurriendo en la ciudad, tendrían todos y todas las unidades permiso para irse.  De ser así debían quedar atentos al correo por si mañana volvían al teletrabajo con el mismo sistema hecho en Pandemia.

—Esto no se va a arreglar —dijo uno, que momentos antes parecía morder la colilla de su cigarrillo, se dio vuelta sobre sus talones y se fue molesto.

—¿Y a ese qué le pasa?

—Anda mecha corta desde ayer… no sabemos porqué… ¿Y qué haremos en esta hora… seguir fumando?

—Tengo autorización para usar la caja chica y ofrecerles un desayuno a todos… los que quieran esperar.

Todos respondieron con alegría, dos de ese grupo fueron enviados a invitar a más trabajadores repartidos en pequeños grupos cerca del edificio, mientras el de Recursos Humanos fue al café más cercano a solicitar mesas.  Cerca de una treintena se reunieron allí.  Marcia al ver a tantos ya no le parecía buena idea ir, pero encontró que era mejor manera de esperar a Irma, luego con ella verían qué hacer.

Dentro del café se instaló en una mesa que le daba la posibilidad de salir sin dificultad en el caso que llegara Irma y con su bolso se apropió del puesto de al lado. Nuevamente quedó apartada de sus compañeros de área y esta vez, también, con el grupo que estuvo fumando. Quedó frente a un televisor que estaba sintonizado en un canal de noticias, la foto fija en la mitad de la pantalla decía arriba «Contacto telefónico», al medio la foto de un periodista demasiado feliz para el día y abajo su nombre y lugar de contacto: «Raúl Gonzalez desde el Psiquiatrico S. De Emesa»; en la otra mitad la conductora con cara de no querer estar ahí, hacía preguntas sobre lo que allí sucedía con una voz que vibraba y dejaba notar su nerviosismo.

Marcia trataba de escuchar y no se dió cuenta de lo que ocurría a un par de mesas de donde estaba.  Escuchó unos gritos y miró en esa dirección tratando de entender qué pasaba. Uno de los compañeros con los que estuvo fumando gritaba cosas que ella no le encontraba sentido y quienes lo rodearon le gritaban, a su vez, le gritaban para hacerlo callar.

Le gritaban que dejara de gritar, que estaba haciendo el ridículo, que si estaba drogado, que si se había vuelto loco, que acaso no pensaba lo que gritaba, que no sería que en realidad tenía caca en la cabeza.  El compañero levantaba la voz, las quejas que gritaba parecían raspar su garganta y sonaban guturales… Hasta que un puñetazo en pleno rostro lo hizo callar.

Tuvieron que tomar de los brazos al boxeador que también había empezado a gritar, aunque sus gritos eran aullidos.  Marcia miraba todo con miedo y sorpresa.  Lo que veía le parecía terrorífico, ¿el colega se había contagiado con la rabia del colega gritón?.  No, no podía ser cierto. Debía haber algo malo en esa persona. Vio cómo lograron sacar con dificultades al boxeador.  En el trayecto soltaba manotazos para tratar de liberarse del grupito que lo empujaba.  Era inquietante todo.

Demasiado raro lo que estaba pasando. En el café otros compañeros se veían igual de sorprendidos, eso hizo destacar más a aquellos que miraban atentamente la televisión como si al lado de ellos no hubiera pasado nada.  Marcia no aguantó más y salió del café, trató de alejarse de allí, parecía que el lugar irradiaba malas vibras y debiese estar lejos de su alcance.

Sacó su teléfono para mandarle un mensaje a Irma de que la iba a esperar en otro lugar.  No alcanzó a escribir nada, ya que recibió en ese momento otra llamada de un número desconocido, que decidió atender.

—Soy el Cabo Luis Perez.  La llamó porque su número estaba de favorito en el teléfono de Pedro…

—¿Pedro? ¿Qué le pasó a Pedro?

Y cuando le explicaban se fue poniendo pálida y sintiendo el miedo frío que la llenaba.  No tenía explicación a lo que sucedía, deseaba que fuera un mal sueño y poder despertar pronto.


* * * *

[Anterior: Capítulo 2 - Parte 1 : Irma]
[Siguientes: Pedro, Raúl ...]