martes, octubre 19, 2021

Zumbidos - Capítulo 2 - Parte 2

Marcia


Marcia dejó su casa sin despedirse de su madre porque se había vuelto a dormir.   Su madre y padre se levantaban a las 5 de la mañana para tomar desayuno juntos, ella después se volvía a acostar y él se iba a una bodega que estaba a un par de cuadras de la casa donde trabajaba en la portería.  Un trabajo de medio tiempo con turnos de malos horarios que le permitía aumentar su pensión que era irrisoria. Marcia estaba molesta con la clase política que años y años discutían sobre las administradoras de fondos de pensiones, pero no había soluciones.

Aunque Marcia no creía en los políticos e incluso señalaba que no les encontraba nada de «honorables».  Ella estuvo unos años trabajando en un café de Santiago Centro donde era normal que llegaran parlamentarios. De paso oía sus conversaciones, veía sus actitudes y estas dejaban mucho que desear.  Escuchó en una ocasión como unos se ponían de acuerdo para aserrucharle el piso a un parlamentario nuevo. No, ella no creía en la buena voluntad de los políticos, los veía como personas que habían llegado para enriquecerse y ser empresarios, empresarios similares a esos que decían detestar sus malas prácticas. Ella los había escuchado planeando las mismas cosas. De honorables nada. No creía que alguna vez cambiaran algo.

Se habrán visto apremiados por las circunstancias con el estallido, pero también se fueron relajando con la irrupción de la Pandemia, autorizaron sacar plata de las AFP a los habitantes, sin embargo, no hubieron reformas para regularlas o eliminarlas, por lo que Marcía creía que se mantendrían en pie. La Hierba mala nunca muere. Podría pensar en Piñera y todo lo que había pasado con él, pero pensaba que no había que dedicarle ningún tipo de pensamiento. Ya detestaba a los políticos y los políticos empresarios pasaban a una categoría que ella llamaba: mierda al cuadrado.

En el paradero se encontró con más gente de lo habitual, pero no vio a quienes estaba acostumbrada a ver a esa hora ¿Se habrían enfermado?¿Tantos? 

Con las conversaciones de los que estaban allí se enteró de que los buses del transporte de transantiago no estaban trabajando en su totalidad. Había personas esperando mucho rato.  Había más rostros molestos en vez de los habituales rostros marcados por el sueño ese día.

Una muchacha joven se acercó a ella, primer rostro conocido que veía en el paradero.  En realidad, Marcia,  no era conversadora con la gente que en el paradero día a día, solo trataba de ser amable, ya que siendo amable podía, además, informarse si había pasado ya un recorrido del transantiago. A la muchacha la había visto antes pero nunca habían conversado hasta ahora.  

Ella tenía mucho que contar. Le dijo que había altercados en varios lados de la capital, que en algunos hasta los choferes de las micros fueron agredidos, que por eso había menos recorridos.  Primera vez que Marcia se quejó por no ver noticias.  ¿Sería tan grave como le contaba la muchacha?¿Un nuevo estallido social? 

Más de veinte minutos después apareció una micro con el recorrido de ambas. Un bus de diferente color con el número de la ruta en papeles pegados en las puertas y en el parabrisas.  Marcia y la muchacha se miraron y aceptaron que era la única manera de llegar a sus destinos.

Llegó después de la hora de entrada al trabajo con una sensación negativa a flor de piel. Pensando en todo lo que estaba ocurriendo y en cómo la muchacha empezó a cambiar su actitud tranquila dentro de la micro. Ambas ocuparon el espacio destinado a silla de ruedas, pero, a medida que se llenaba la micro, Marcia se cambió de lugar para estar más cerca de la salida para cuando le correspondiera bajar y la muchacha se puso audifonos para aislarse escuchando noticias.  Vio que una mujer canosa ocupó el lugar que había dejado.  Cuando estaba cerca de su paradero escuchó a  la muchacha discutir con la señora porque tenía un sanguche mordido. La muchacha estaba roja y soltaba cosas que parecían incoherencias, no pudo entender qué gritaba, pero su mirada rabiosa iba a la mujer y su sanguche.  La mujer canosa, le decía que se tranquilizara y guardó el sanguche en la bolsa que tenía en la mano. Marcia no pudo seguir viendo, le tocaba bajarse. Pero la escena se quedó con ella, en especial cómo había cambiado la muchacha y preguntándose de por qué ese arrebato.

La parada del transantiago la dejaba en la misma manzana en que estaba su trabajo y habitualmente la rodeaba caminando, encontrándose con ambulantes vendiendo sanguches, artículos para celulares, golosinas y los kioscos con diarios. Esta vez no había nada de eso, solo gente caminando apresurada para llegar a su oficina. Cuando dio vuelta la esquina y vio el cochepatrulla frente a la entrada de su oficina exclamó: «¡¿Qué hu’ea...?!»

La calle estaba menos concurrida por lo que destacaban los grupos de personas que había, todos de su empresa.  Fue al grupo más cercano en los que la mayoría estaba fumando.  No eran de su área pero esperaba tener información.  Uno de ellos empezó:

—Una pelea entre el venezolano del aseo y la recepcionista...

—Lo conozco, es tan tranquilo que no me lo imagino agrediendo a alguien o empezando una pelea…

—¡No! La comenzó ella… Igual él no se contuvo.

—Fue un campo de batalla —dijo otro de los que estaba fumando—, fue como lo que está pasando en otras comunas y ciudades.

—Y estaban tratando de decir que era un tema político. No veo a la recepcionista y al venezolano politizados.

—Eso porque nunca conversaste con el venezolano.

Mientras escuchaba la conversación y sin mirar el bolso metió la mano y sacó el teléfono, vio que tenía una llamada perdida de un número desconocido y un mensaje de Irma diciéndole que iba atrasada.  Le mandó un mensaje a ella.

Uno de los jóvenes pidió silencio moviendo la mano en la que tenía el cigarrillo, pidiendo silencio, mientras votaba el humo.

—Disimulen… llegó el jefe. De él es el BMW azul.

Más disimuló el jefe haciendo como que no los vio a ellos yendo directamente a la entrada a hablar con un carabinero.  Del grupo un tipo delgado y alto que había estado en silencio en ese rato fue hasta donde el jefe.  El joven que pidió silencio, les dijo antes de volver a dar una piteada a su cigarrillo:

—Ese es el subgerente de recursos humanos, lo conocemos porque sale a fumar con nosotros. —Todos asintieron.

No pasaron ni cinco minutos cuando el jefe volvió a su auto y se fue.  El de recursos humanos regresó al grupo y les dijo que si no se arreglaba la situación en una hora con los carabineros custodiando la entrada, y considerando los problemas que estaban ocurriendo en la ciudad, tendrían todos y todas las unidades permiso para irse.  De ser así debían quedar atentos al correo por si mañana volvían al teletrabajo con el mismo sistema hecho en Pandemia.

—Esto no se va a arreglar —dijo uno, que momentos antes parecía morder la colilla de su cigarrillo, se dio vuelta sobre sus talones y se fue molesto.

—¿Y a ese qué le pasa?

—Anda mecha corta desde ayer… no sabemos porqué… ¿Y qué haremos en esta hora… seguir fumando?

—Tengo autorización para usar la caja chica y ofrecerles un desayuno a todos… los que quieran esperar.

Todos respondieron con alegría, dos de ese grupo fueron enviados a invitar a más trabajadores repartidos en pequeños grupos cerca del edificio, mientras el de Recursos Humanos fue al café más cercano a solicitar mesas.  Cerca de una treintena se reunieron allí.  Marcia al ver a tantos ya no le parecía buena idea ir, pero encontró que era mejor manera de esperar a Irma, luego con ella verían qué hacer.

Dentro del café se instaló en una mesa que le daba la posibilidad de salir sin dificultad en el caso que llegara Irma y con su bolso se apropió del puesto de al lado. Nuevamente quedó apartada de sus compañeros de área y esta vez, también, con el grupo que estuvo fumando. Quedó frente a un televisor que estaba sintonizado en un canal de noticias, la foto fija en la mitad de la pantalla decía arriba «Contacto telefónico», al medio la foto de un periodista demasiado feliz para el día y abajo su nombre y lugar de contacto: «Raúl Gonzalez desde el Psiquiatrico S. De Emesa»; en la otra mitad la conductora con cara de no querer estar ahí, hacía preguntas sobre lo que allí sucedía con una voz que vibraba y dejaba notar su nerviosismo.

Marcia trataba de escuchar y no se dió cuenta de lo que ocurría a un par de mesas de donde estaba.  Escuchó unos gritos y miró en esa dirección tratando de entender qué pasaba. Uno de los compañeros con los que estuvo fumando gritaba cosas que ella no le encontraba sentido y quienes lo rodearon le gritaban, a su vez, le gritaban para hacerlo callar.

Le gritaban que dejara de gritar, que estaba haciendo el ridículo, que si estaba drogado, que si se había vuelto loco, que acaso no pensaba lo que gritaba, que no sería que en realidad tenía caca en la cabeza.  El compañero levantaba la voz, las quejas que gritaba parecían raspar su garganta y sonaban guturales… Hasta que un puñetazo en pleno rostro lo hizo callar.

Tuvieron que tomar de los brazos al boxeador que también había empezado a gritar, aunque sus gritos eran aullidos.  Marcia miraba todo con miedo y sorpresa.  Lo que veía le parecía terrorífico, ¿el colega se había contagiado con la rabia del colega gritón?.  No, no podía ser cierto. Debía haber algo malo en esa persona. Vio cómo lograron sacar con dificultades al boxeador.  En el trayecto soltaba manotazos para tratar de liberarse del grupito que lo empujaba.  Era inquietante todo.

Demasiado raro lo que estaba pasando. En el café otros compañeros se veían igual de sorprendidos, eso hizo destacar más a aquellos que miraban atentamente la televisión como si al lado de ellos no hubiera pasado nada.  Marcia no aguantó más y salió del café, trató de alejarse de allí, parecía que el lugar irradiaba malas vibras y debiese estar lejos de su alcance.

Sacó su teléfono para mandarle un mensaje a Irma de que la iba a esperar en otro lugar.  No alcanzó a escribir nada, ya que recibió en ese momento otra llamada de un número desconocido, que decidió atender.

—Soy el Cabo Luis Perez.  La llamó porque su número estaba de favorito en el teléfono de Pedro…

—¿Pedro? ¿Qué le pasó a Pedro?

Y cuando le explicaban se fue poniendo pálida y sintiendo el miedo frío que la llenaba.  No tenía explicación a lo que sucedía, deseaba que fuera un mal sueño y poder despertar pronto.


* * * *

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